- Ya veremos. Vamos a darnos prisa. – Sadie zanjó de esta
forma el asunto. Revelar este tipo de información nunca había sido fácil para
ella. No era algo a lo que resultara cómodo. Afortunadamente, tampoco tenía que
hacerlo con mucha frecuencia.
El eco de sus pasos en el asfalto era lo único que
acompañaba a sus pensamientos mientras caminaban rumbo al hospital. El silencio
entre los dos no les resultaba incómodo
ya que tenían demasiado que procesar.
Sadie empleó apenas un minuto en recordar el comentario de
Jude acerca de su manera de mirar a Roderick. Por supuesto que le miraba de
forma especial. Ella era una mujer, y él era muy guapo. La armonía que su
figura desprendía no podía dejar indiferente a nadie. Claro que le gustaba
observar cómo movía las cejas debajo del flequillo al hablar, su modo de
apretar los labios cuando estaba preocupado, la forma de perder la azul mirada
hacia la derecha cuando cavilaba… de igual modo que le podía gustar ver a
determinado actor en una película o a un modelo en una revista. Pero de ahí a
querer algo más… Jude sabía tan bien como ella que eso nunca era buena idea. Y
ambos lo tenían más que claro. Ella era más que mayorcita para esas
sensiblerías de recién convertida. No, se negaba a perder el tiempo con las
burlas de Jude. Tenía otras cosas más importantes en las que pensar. Archie, la
sangre, qué pruebas hacer, dónde esconderse… Y a eso se dedicó mientras
caminaba.
Rod, por otro lado, estaba confuso. No quería pensar en lo
que pudiera pasar ahora. Le daba igual si su sangre era adecuada para los
experimentos de cuatro enfermos. Él sólo quería aclarar la muerte de su madre.
Y la de su padre por lo visto también. Quería estar furioso con Sadie por estar
implicada en su orfandad. Necesitaba odiar a alguien, necesitaba una figura a
la que culpar de toda su tristeza y abandono, de su soledad familiar, de la
injusticia cometida con una persona tan noble como era su madre. Quería
descargar su ira en algún objetivo concreto, pero le resultaba cada vez más
difícil hacerlo sobre ella.
En cierto modo le atraía la forense, pero no podía discernir
hasta qué punto esto no era debido a la situación. Le había salvado la vida.
Así de sencillo. Se sentía en deuda con ella. Seguramente eso era lo que le
había hecho fijarse en ella más allá de lo que la testosterona manda. O quizás
era curiosidad por saber qué era exactamente. No le sonaba haber oído hablar
nunca de ninguna enfermedad que consiguiera curar las heridas más rápidamente
de lo normal. Y aunque así fuera, ¿por qué querrían curarse? Seguramente esta
“sanación exprés” tuviera mucho que ver con el hecho de que apenas
envejecieran. Si es que realmente Sadie Cooper no es la hija de Sadie Weasley,
por poco sentido y lógica que eso tuviera. Sentía un creciente interés hacia su
persona, sus circunstancias. Quería saber más cosas de ella. Pero no sabía qué
le atraía más. Si el hecho de poder entender por qué había podido arrancar las
bridas de Jude sin esfuerzo alguno o la oportunidad de pasar un rato hablando
tranquilamente con ella. Se sentía confundido, aunque de forma optimista.
Pese a lo complicado de la situación, sentía un ligero,
reconfortante e incomprensible sosiego interior olvidado desde aquella
infortunada noche de la tormenta de viento. El contacto físico con Jaimee había
sido tan placentero como transitorio. La situación le vino rodada y se quería
demostrar a sí mismo que podía retomar parte de su vida en el terreno
sentimental, pese a que sabía que de sentimental todo aquello tenía poco o
nada. Los minutos pasados en el cobertizo suponían un antes y un después para
Rod en su manera de ver a Sadie. Aunque aún tenía que ordenar esos sentimientos
para saber si se debían al continente o al contenido.
En estas andaban los dos cuando atravesaban la puerta de
personal del hospital.
Con paso firme y decidido Sadie se movía con familiaridad
por los interminables pasillos del edificio abriendo puertas con la tarjeta de
seguridad que llevaba su nombre. Apenas se cruzaron con un par de enfermeras
que respondieron rutinariamente a su saludo.
Cuando a Rod le parecía que no podía haber más pasillos,
bajaron un par de tramos de escaleras y tras atravesar un pequeño hall, se
pararon frente a una puerta de lo que, a juzgar por el letrero, era el despacho
de la Forense Jefe, Sadie Cooper.
La estancia rectangular no era muy amplia y apenas contaba
con dos ventanales alargados en la parte superior de la pared principal. Sobre
el par de mesas de madera yacían varios montones de papeles pulcramente
ordenados, los ordenadores, un teléfono y poco más. El resto de paredes estaban
forradas de estanterías hasta el techo llenas de coloridos archivadores dando
la sensación de que la habitación tenía menos metros de los reales.
Sadie abrió un cajón bajo la mesa y extrajo una llave. Le
hizo señas para que le acompañara al laboratorio contiguo.
Una vez dentro y con los fluorescentes ya encendidos, hizo a
Rod sentarse junto a una mesita de extracciones y le pidió que se quitara la
chaqueta para dejar el brazo al descubierto mientras ella preparaba el
instrumental necesario.
Rod se iba poniendo nervioso por momentos. No le gustaba
nada hacerse análisis. Odiaba el pinchazo y evitaba mirar mientras duraba el
proceso.
Sadie se sentó frente a él mientras sacaba varios tubitos de
sus bolsas esterilizadas e iba haciendo anotaciones en rotulador en ellas.
Cuando levantó la vista se encontró a Rod con ambos brazos juntos extendidos
hacia ella y no pudo evitar una carcajada.
- No te rías, ya te he dicho que me ponen muy nervioso las
agujas. – dijo extendiendo el labio inferior hacia abajo en un puchero de aire
infantil.
- Anda que… un tío grande como tú – se mofó usando un tono
maternal.- No te preocupes, soy muy buena extrayendo sangre, venga, tú déjame
trabajar a mí y mira para otro lado mientras tanto. No te vas a enterar.
Sadie anudó la cinta elástica alrededor del tenso bíceps y
se acercó los utensilios.
- Cierra el puño y dime por qué se llama el pub The Mocking
Bird si en el cartel no sale ningún pájaro sino una especie de ¿máscara o así?
Esa pregunta pilló desprevenido a Rod y la sorpresa le ayudó
con el trago del pequeño pinchazo que, con sumo cuidado, le practicaba la
forense. Notó sus dedos fríos a través del guante de latex.
- Abre el puño y contesta, venga. – Sadie llenaba el primer
tubo.
- Bueno, es que eso es más o menos secreto de estado. –
añadió con voz nerviosa y la mirada clavada en la blanca pared del fondo.
- ¿Y eso? ¿No es un pájaro entonces? ¿Lo tengo que adivinar?
- Puedes conjeturar si quieres, pero no creo que lo llegues
a averiguar jamás. – sus labios apretados se volvieron en una media sonrisa.
- Oh, vaya, esto se pone interesante. Vas de misterioso por
la vida… Segundo tubo lleno, comienza el tercero.
-Oye, ¿cuánta sangre me vas a sacar? – Pese a que a Rod le
divertía la situación, prefería continuar con la conversación cuando hubiera
recuperado su brazo.
- Tranquilo, un tubo más y terminamos. No es tanto. Necesito
varias muestras para todas las pruebas que tengo pensado hacer. Entonces ¿no es
un animal?
- No. No es un animal exactamente.
- ¿Tiene algo que ver con la película de Gregory Peck?
- Eso sería bastante previsible ¿no crees?
- Vaya, vaya… ahora me has picado ¿es una persona?
- Mmm, más o menos.
Por fin Rod sonrió.
- ¿Conocida?
- En sentido general sí. Concretamente todavía no.
- Con estas pistas seguirá siendo secreto de estado toda la
vida. Terminado. Mantén apretado tú el
algodón ya puedes dejar de atravesar la pared con la mirada.
Mientras Rod recomponía la rígida postura que había
mantenido durante el último minuto se dio cuenta de que Sadie estaba
extremadamente pálida. Se asustó, porque normalmente era esa su reacción, no la
del médico.
- ¿Te encuentras bien? ¿qué te pasa? Estás blanca como la
leche.
Sadie se levantó de un respingo y le dio la espalda mientras
recogía las muestras y las terminaba de etiquetar nerviosamente.
- No te preocupes, soy hipotensa y cuando llega el calor me
pasa siempre. Hoy ha sido además un día muy largo y estoy cansada pero se me
pasa en seguida, de verdad.
Estaba claro que no quería seguir hablando del tema.
Seguramente, pensó Rod, sería una de esas mujeres que no les gusta reconocer
cuando están enfermas. De las que van de fuertes por la vida. Se la imaginaba
adicta al trabajo, no habiéndose quedado en casa jamás por una gripe o incluso
una resaca.
Los primeros acordes del Come
as you are le sacaron de sus cavilaciones.
- Jude, ya tengo las muestras ¿qué hacemos?... ¿estás
seguro?... sí, es verdad… vale, vamos para allá en seguida. Si hay cambios
llámame…¿qué haces tú?... entiendo. Vale… gracias. Cuídate.
Rod apenas había escuchado la conversación ya que andaba
atando cabos mentales sobre la melodía del móvil que acababa de escuchar.
- Nos vamos al piso franco. Jude dice que está despejado.
Nadie conoce de su existencia y así tendremos vigilados a Archie o Hayden si se
intentaran acercar. Tiene razón, nos conviene conocer en lo posible sus pasos.
Andando.
Rod esperó de pie con la mano sujetando el algodón del brazo
a que Sadie metiera en un maletín cuadrado de aluminio que ya contenía varios
instrumentos médicos una de las muestras dejando el resto con una nota con el
nombre de “Morgan” en una cámara frigorífica con la puerta de cristal.
A Rod le preocupaba que la bajada de tensión de Sadie se le
agudizara con las prisas. Seguramente tendría que ver con su enfermedad. En ese
momento lamentó haber cuestionado las razones para buscar tan desesperadamente
una cura.
Intentó sin éxito cogerle el maletín un par de veces
mientras deshacían el camino andado anteriormente.
Al salir a la calle ya había comenzado a amanecer. El día se
presentaba caluroso a juzgar por el nivel de humedad que se respiraba ya a esas
horas.
Se cruzaron con un par de borrachos que volvían a su casa
intentando infructuosamente sostenerse el uno al otro mientras balbuceaban una
canción que Rod creyó identificar como el Sweet
Caroline de Neil Diamond.
Ya en la calle principal, las cornershops abrían sus puertas para vender los primeros ejemplares
de los periódicos vespertinos del día y los ejecutivos más madrugadores se
arrastraban hacia las paradas de autobús con semblante soñoliento.
Rod seguía preocupado. A él le costaba seguir el ritmo calle
arriba y se consideraba en buena forma. Iba detrás de ella no solo por eso,
sino para poder sujetarla si se desvanecía en cualquier momento. Volvió a
intentar convencerla de que le dejara llevar el maletín pero sólo recibía por respuesta
un apresurado “no, gracias”.
Por fin pudieron parar un taxi. Una vez dentro comprobó que
Sadie tenía mejor aspecto aunque se notaba que estaba alterada.
- Vamos primero a tu casa, coges ropa y comida para varios
días y nos bajamos al apartamento ¿de acuerdo?
Mientras asentía, ella marcaba el móvil.
- Jude ¿despejado?... perfecto, gracias. Sí, rápido, lo sé.
Tranquilo… adiós.
Rod entró atropelladamente en casa mientras hacía una lista
mental de las cosas que quería coger. Cuando terminó de meter pasta, arroz, las
frutas y verduras frescas del frigorífico y alguna lata en una bolsa de lona
del supermercado se dio cuenta de que Sadie no estaba con él.
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal de abajo arriba.
- ¿Sadie?
Despacio, sin hacer apenas ruido al andar, y blandiendo el
cuchillo más grande de la tacoma de la cocina dobló la esquina del pasillo. Al
fondo, en el quicio de la puerta, estaba Sadie de pie con mirada burlona.
- ¿Pero qué coño haces ahí parada? Me has dado un susto de
muerte.
Rod se arrepintió al instante del modo que había usado para
dirigirse a ella. Era su miedo el que hablaba por él.
- ¿Puedo entrar?
La consulta, por extraña, le volvió a poner en guardia.
- Pues claro que puedes entrar. ¿Por qué lo preguntas?
Sadie hizo caso omiso a la pregunta, inhaló profundamente,
cerró los ojos y dio un paso hacia adelante pisando suavemente la tarima del
suelo. Una vez franqueada la entrada, sonrió abiertamente y le miró agradecida.
En cuestión de segundos pareció recomponerse y volver a su
estado de agobio habitual.
- ¿Qué te falta?
- Mmm, ropa, mi Kindle, mi guitarra… - En ese momento
recordó que su vieja guitarra, la única que tenía en casa en ese momento,
estaba en su habitación. Habitación a la que no había conseguido encontrar el
momento de regresar desde la noche de la tormenta de viento.
Rod enturbió la mirada y la dirigió inconscientemente hacia
la puerta de su cuarto. Sadie comprendió al instante.
- ¿Quieres que entre yo?
La propuesta le enterneció a la vez que le sorprendió
comprobar lo ágil que era captando el lenguaje no verbal. De todos modos, se
obligó a negar con la cabeza y a afrontar la situación de una vez por todas.
Abrió la puerta lentamente y encontró todo en su lugar.
Agatha, la chica que le mantenía su apartamento decentemente limpio y ordenado
todas las semanas, se había afanado en recuperar la normalidad por lo que no
pudo encontrar ni rastro de la presencia de su madre.
Sin darse más tiempo a reflexionar, sacó una mochila del
armario, metió varias camisetas al azar, un par de vaqueros y varias mudas, su
vieja guitarra, el lector y salió como una exhalación cerrando de golpe la
puerta al salir.
- ¿Estás bien?
Rod asintió sin pronunciar sonido alguno.
- Pues salgamos de aquí ya mismo.
Al entrar en el apartamento ocupado un piso más abajo, les
deslumbró la luz del sol que entraba a raudales por la ventana. Ella fue
directa a correr la cortina mientras Rod, en un rápido movimiento, dejó sus
cosas en el sillón y se dirigió al cuarto de baño.
Sadie le oyó sollozar durante varios minutos pero prefirió
respetar su intimidad.
Mientras, se dispuso a organizar la que sería su mesa de
trabajo en los próximos días. Su cerebro comenzó a trabajar a mil por hora
haciendo una lista mental de lo que debía hacer. Mientras se encendía el
ordenador, metió las muestras en el frigorífico, sacó un par de libros de
consulta, un cuaderno y comenzó a garabatearlo con cifras y fórmulas. Tan
concentrada estaba que pegó un respingo cuando oyó la voz de Rod a su espalda.
- Tengo que saber quién mató a mi madre.
Los hinchados ojos del chico no admitirían ningún tipo de
subterfugio o excusa. Y tampoco se lo merecía después de lo que había pasado.
Le invitó a sentarse en el sillón y ella arrimó la silla de
ruedas del escritorio hasta colocarse frente a él. Inspiró fuerte y decidió
soltar a bocajarro lo más duro. Se arriesgaba a una reacción violenta o
negativa, pero contaba con la ventaja de que él era consciente del peligro de
salir de aquella estancia.
- Lo que tenemos no es una enfermedad, es una condición. Somos
sanguívoros.
Estudió atentamente sus gestos pero apenas pudo detectar un
ligero fruncimiento de ceño. Estaba claro que no había entendido nada. Y que no
se había dado cuenta de lo que las repercusiones de la palabra que acababa de
soltar. Decidió seguir en el mismo tono explicativo-científico que solía
facilitar la tarea.
- Es parecido a lo que antiguamente se llamaban vampiros,
palabra que detesto, por cierto, por ser tan peyorativa, tan restrictiva e
inexacta.
Esta vez la tensión muscular de Rod se hizo algo más
evidente. Inconscientemente hundió para atrás la espalda como queriendo poner
algo más de distancia entre los dos.
- La idea mental que tienes tú y, bueno, todos los mortales,
del tema está totalmente distorsionada por el cine, la literatura y la
historia. En origen, sí que nuestros antepasados se comportaban de forma
violenta y sádica, pero también los humanos de la Edad Media se regían bajo
unos valores totalmente obsoletos hoy en día. Existía el derecho de pernada, el
ojo por ojo, las violaciones, las decapitaciones públicas, la Inquisición, el
esclavismo, el vasallaje… y aunque aún tengamos que leer que ciertas de esas
prácticas siguen llevándose a cabo hoy en día en algunos lugares, la mayoría de
las personas tienen un nivel cultural suficiente que les hace escandalizarse y
reprobar esas acciones. Hoy en día somos civilizados… generalizo, claro, pero
seguro que comprendes que si viniera ahora mismo un extraterrestre a la tierra
y sólo hubiera tenido acceso a los escritos de la Edad Media, pensarías que es
muy injusto que nos juzgara negativamente cuando ya los habitantes del siglo
XXI no son ni la sombra de lo que eran. No sé si me explico.
Rod afirmó de forma automática. No estaba segura de si
estaba entendiendo lo que ella quería contar. No obstante, siguió, aunque
intentando no hacerlo de forma tan aturullada.
- Pues lo mismo se aplica a los sanguívoros. Hemos avanzado
igual que vosotros y la ciencia y el progreso nos ha ayudado enormemente a
poder vivir mejor con nuestras limitaciones por lo que no hay necesidad de ir
mordiendo a inocentes en oscuros callejones.
Sadie tenía la sensación de que Rod la estaba creyendo. Todo
era verdad, pero generalmente la gente prefería mantenerse aferrada a sus
creencias anteriores antes que aceptar un concepto tan nuevo y diferente. Aún
así, no bajaría la guardia. Desconfiaba por experiencia de aquellos que decían
haberlo entendido todo de buenas. Nunca era cierto del todo.
- Nuestra dieta nos otorga una longevidad inaudita en
términos humanos. Nuestro ritmo de envejecimiento está ralentizado y tenemos
noticias de sanguívoros que han vivido más de diez siglos. Como podrás deducir,
esta cantidad de tiempo nos permite poder dedicar mucho tiempo al estudio de
ciertas materias fundamentales, como la medicina, la química y la física. Entre
los humanos, la vida útil profesional de un científico brillante se reduce a
cuánto ¿20 años? ¿30? ¿40? Nosotros tenemos siglos para investigar, y eso nos
ha hecho poder hallar fórmulas para combatir la fotofobia, por ejemplo, que era
la limitación más terrible de todas, por lo que cuentan los veteranos. Hay
cosas que aún no podemos controlar, como el hecho de tener que ser invitados
para entrar en un domicilio particular, aunque bueno, hay mil trucos para
conseguirlo…
Como veía que Rod no le hacía la pregunta fundamental y
típica, decidió sacar el tema ella.
- Respecto a nuestro alimento, pues obviamente, al ser
sanguívoros nos alimentamos de sangre humana principalmente. Podemos comer
otras cosas, pero no dejan de ser pequeños aperitivos placebo que no nos sacian
en absoluto, meros pasatiempos bucales o rutinas, como el té o el café. La
sangre la obtenemos de varias maneras. Hay bancos de sangre públicos para
nosotros aunque la mayoría tiene alguna Fuente de Alimentación Regular, o FAR.
Se trata de un humano que nos provee de alimento por su propia voluntad.
Pensarás que nadie en su sano juicio se prestaría a ser mordido por un
sanguívoro, pero al beber, nuestra saliva se introduce en su flujo sanguíneo y
el efecto que tiene en un humano sano es el de inmunizarle contra enfermedades
víricas y bacterianas. Por ello, la lista de donantes es larga y se concede el
título de FAR a cambio de donaciones para poder ayudar a costear y mantener las
infraestructuras que necesitamos. Suena muy egoísta pero es tremendamente
práctico y esas aportaciones nos son fundamentales.
Sadie no quería seguir con su monólogo. Necesitaba saber qué
pensaba Rod.
- ¿Estás escuchando lo que te estoy contando?
En un movimiento ligeramente desafiante, Rod se echó para
delante y espetó:
- ¿Un vampiro mató a mi madre?
Sadie arrugó la nariz. Odiaba el término pero no era momento
de corregirle. Volvió a inspirar fuertemente y continuó hablando.
- Desde que me convertí en sanguívora, mi área de
investigación ha sido la sangre. Tengo la convicción de que en ella está la
clave de nuestra condición y algún día lograré encontrar la fórmula que nos
vuelva a convertir en humanos. Es sólo cuestión de tiempo y de esperar a contar
con la tecnología necesaria.
A finales de los años 70, creí haberme acercado a la
solución y, por casualidad, me topé con tu padre, que estaba ingresado con
pronóstico muy grave en el hospital en el que entonces trabajaba. Por rutina
solíamos coger muestras de sangre de todos los pacientes a los que teníamos
acceso ya que buscaba un tipo muy específico con unas características muy
definidas y muy difíciles de encontrar. Tu padre, milagrosamente, justo tenía
ese tipo de sangre. Le extraje una cantidad y todos los miembros de mi equipo,
Anna, Hayden, Archie y yo, nos inoculamos un porcentaje de un compuesto
preparado con esa sangre como base.
Sorteamos los porcentajes. Yo tuve suerte y la cantidad era tan baja que
no noté más allá de una seria molestia. Archie, Anna y Hayden, en ese orden
descendiente, sufrieron malestares bastante fuertes durante una semana hasta
que un día, de golpe, se les pasó. Pero en seguida pudimos comprobar que no
eran los mismos. Para explicarlo rápido y claramente es como si se hubieran
vuelto más primarios y salvajes además de haberse vuelto más fuertes. Su
instinto de supervivencia a través del alimento se anteponía a cualquier otra
cosa. Tenían hambre y comían aquí y ahora. No podían esperar a sus reservas del
banco de sangre ni a visitar a su FAR. Han sido, son, indestructibles por su
fuerza y su violencia. En breve, tras dejar un reguero de muertos inocentes,
tuvieron que abandonar Londres porque la Brigada se les echaba encima.
- ¿La Brigada? – interrumpió Rod.
- Sí. Son las fuerzas del orden de los sanguívoros para
temas relacionados con nuestra condición. Jude es uno de ellos, obviamente.
Sadie se levantó para prepararse un té y darle tiempo a Rod
a ir digiriendo lo escuchado.
- ¿Y por qué han vuelto? ¿Quieren mi sangre para hacer más
vampiros asesinos?
- ¡No somos vampiros! – soltó Sadie un poco más alto de lo
que hubiera deseado – y ellos tampoco. Son unas bestias sin sentimientos que
son capaces de hacer lo que sea con tal de satisfacer sus instintos.
Pegó un largo sorbo a su té de frutas para serenarse.
- Perdona. Han vuelto porque están perdiendo fuerza. No
saben si es el principio de un proceso que les llevará a la muerte o a su
estado anterior. En cualquier caso no les gusta, y quieren inocularse más para
recuperar su poder. Y ahí es donde entras tú. Encontraron, aún no sé cómo, que
Thomas tenía un hijo y bueno, te puedes imaginar lo que ocurrió en tu casa. No
sé exactamente quién fue de los tres, aunque sospecho que sería Archie. Ahora
no van a parar hasta que consigan la fórmula y tu sangre.
- ¿Dónde está la fórmula?
- En el mejor sitio donde se pueden esconder las cosas. Aquí
dentro – y Sadie se señaló la frente con el índice. – han entrado en mi
ordenador del trabajo, e intuyo que en el de mi casa también pero hace varios
días que no la piso. Sólo les ha servido para apropiarse de la información que
Jude me pasó sobre ti. Cuando terminen de leerla volverán a por mí.
- ¿Y por qué no me sacas sangre, haces tu pócima y se la
das? Así se acaban los problemas para todos.
A Sadie se le escapó una media sonrisa al oír lo ingenuo del
comentario.
- No es tan fácil. No lo haré por una razón. Porque no creo
que sea el final de todos los problemas. Si funcionara, que está por ver, aún
no he analizado tu muestra, estaría siendo cómplice de los futuros asesinatos
que cometan. No estoy dispuesta a crear unos híbridos homicidas otra vez.
Además, dudo que esta vez se conformen con una muestra. Han comprobado que al
cabo de los años pierden fuerza, por lo que querrán tener una buena remesa de
tu sangre. Tengo la intuición de que te quieren entero. No sé si me explico.
Rod no pareció haber escuchado esta última parte ya que
añadió:
- Quiero que Archie pague por lo de mi madre.
Sadie estaba aliviada. No parecía guardarle rencor o
culparla por todo lo ocurrido. Aunque lo agradecía, ella sí se sentía
responsable y llevaría ese lastre toda su eterna vida.
- ¿Tienes algún plan? No es tan fácil como parece.
- Diles que colaborarás con ellos y les inyectas un veneno
que les mate.
- ¿Me estás pidiendo que les mate? ¿A sangre fría?
- Si dices que ya has sido cómplice en sus asesinatos, tres
más no te supondrán nada.
Sadie se puso de pie de un salto, furiosa. Resultaba que sí
que la había juzgado. Una mezcla de rabia y decepción se apoderaron de ella. El
hecho de no haber comido en tantas horas tampoco ayudaba a autocontrolarse.
- ¡Escúchame bien! No sé cómo, ni cuándo, pero esto lo voy a
solucionar de una vez por todas. Y a ser posible sin que nadie más muera.
Parece mentira que un mortal hable tan a la ligera de acabar con la vida de
otro ser.
- Perdona, pero a la ligera no me estoy tomando
absolutamente nada. ¿O se te ha olvidado que mi madre fue asesinada? – ahora
era Rod el que se había puesto de pie y, moviendo rítmicamente la cabeza hacia
atrás para quitarse el flequillo de los ojos, la apuntó con el dedo - ¡Me da
exactamente lo mismo lo que tú o los demás seáis! ¡Me importa una mierda lo que
bebas, comas o vivas! Lo único que quiero es a Archie muerto. Si tú consigues
hacerle normal, mejor, seré yo el que lo mate de igual a igual. ¿Qué sigue en
plan híbrido? Lo voy a intentar de todos modos aunque me lleve por delante. No
pienso quedarme de brazos cruzados después de ver morir a mi madre en mi propia
casa por un asunto que a ella no le afectaba. ¡Así que guárdate tus historias
para el que las quiera escuchar y ponte a trabajar con mi muestra de sangre ya
mismo!
La taza de té que Sadie tenía en la mano izquierda acabó
quebrándose en mil pedazos al no poder soportar más tiempo la presión a la que
era sometida. El ruido que produjo actuó como llamada de atención y consiguió
romper el tono de la discusión.
Ella salió corriendo enfurecida hasta el baño y se encerró
dentro. Pero apenas un minuto después abrió la puerta y soltó: - no pienso
quedarme aquí encerrada como si fuera una adolescente que se ha peleado con sus
padres porque no le dejan salir por la noche.
A Rod, de repente, le pareció que la escena era hilarante y
rompió a reírse incontrolablemente, contagiando las carcajadas a Sadie
instantáneamente.
Cuando lograron controlar su ataque Rod se puso serio de
nuevo, se acercó a ella, le puso la mano en el
hombro y dijo:
- Lo siento Sadie. Perdóname. Mi vida está muy rara
últimamente. Todo está patas arriba y no he sabido contener mis nervios. No
debí haberte hablado de esa manera. Normalmente no soy así, de verdad.
Sadie le dio un par de golpecitos en la mano que tenía sobre
ella y sonrió.
- No pasa nada. Demasiado bien te estás tomando todo. Tu
reacción, de hecho, ha sido bastante buena para lo que estoy acostumbrada.
- ¿Ah, sí? ¿Cómo reacciona normalmente la gente cuando se lo
cuentas? –Rod soltó la mano y se cruzó de brazos interesado.
- Otro día. Tienes razón, debo ponerme a trabajar ahora
mismo. El tiempo es oro – y se pasó inconscientemente la mano por la frente.
- ¿Estás bien? – Rod se había fijado en que volvía a tener
la mala cara del hospital.
- Eh, sí, sí, estoy bien, gracias, no es nada – dijo Sadie
dándose la vuelta hacia el ordenador y
zanjando de esta manera el tema.
Las siguientes 24 horas las pasaron cada uno abstraído en su
pasatiempo preferido.
Rod pudo entregarse completamente a su música y su guitarra,
aquella que heredó de su padre y que tenía tantas horas de práctica encima. Con
la que aprendió sus primeros acordes, la que repitió hasta la saciedad aquellas
melodías de Nirvana primero, Metallica luego y Led Zeppelin o Cream como
colofón. Como si volviera a ser un adolescente, revivió aquellas largas tardes
de invierno en las que se encerraba en su habitación tras el instituto para
ejercitar los dedos y ganar agilidad. Entonces como ahora, perdía con gran
facilidad la noción del tiempo. Tocaba por inercia, los dedos iban solos,
dejándole tiempo para entregarse a sus pensamientos y reflexionar sobre lo
escuchado hacía un rato. Paró para cenar solo y se echó a dormir en el sillón cuando
la noche estaba ya bien asentada.
Sadie, mientras, hacía lo propio con la sangre. Rod la
observaba de refilón de vez en cuando. Estaba totalmente abstraída con sus
pensamientos. A veces murmuraba en voz alta pequeñas observaciones
ininteligibles para un oído no familiarizado con la química. Tecleaba a gran
velocidad en el ordenador buscando información sobre fórmulas y compuestos.
Leía extensas tesis y artículos con gran detenimiento mientras tomaba notas o
imprimía lo más interesante.
Un par de veces le sonó el teléfono. Siempre parecía ser
Jude. Por lo que pudo deducir, seguían sin tener alguna idea de dónde podrían
estar Archie y Hayden. Ella llamó en varias ocasiones a un tal Morgan, que
debía ser compañero del hospital y le echaba una mano con aquellas operaciones
que no podía llevar a cabo en el apartamento. Hubo una llamada que llamó la
atención a Rod especialmente. Pese a que Sadie se fue a la parte de la cocina a
hablar con más discreción, los metros cuadrados del apartamento no eran suficientes
como para silenciar completamente la conversación. Ella preguntó a la persona a
la que llamaba si podían verse urgentemente pero por su cara de angustia la
respuesta debió ser negativa. Colgó tras quitarle verbalmente hierro al asunto
aunque su expresión indicaba claramente lo contrario.
Por lo demás, cada vez que él le ofrecía algo de comer, ella
declinaba la oferta sin levantar la nariz de la pantalla.
Cuando Rod abrió los ojos a la luminosa mañana siguiente,
Sadie seguía en el mismo sitio en el que la dejó la noche anterior. A su
“buenos días” le contestó sin darse la vuelta moviendo la mano derecha mientras
con la izquierda seguía anotando en su cuaderno. No podría asegurar si habría
dormido algo o no. Tenía peor aspecto que el día anterior aunque no parecía ser
consciente de ello. Vistas las reacciones anteriores cada vez que se había
preocupado por su estado, decidió no comentarlo.
Al salir de la ducha estaba de nuevo al teléfono con Morgan.
La conversación duró todo lo que tardó en desayunar, por lo que decidió volver
a sentarse en la moqueta mirando a la pared con su guitarra.
El día transcurrió de forma similar al anterior. La
temperatura era bastante alta ya y resultaba muy agradable poder contrarrestar
el encierro con la brisa casi veraniega que discurría de una ventana a la otra.
Cuando el calor bajó al final de la tarde, Sadie se levantó
a darse una ducha. El ruido del agua sacó a Rod de su concentración y decidió
dar un descanso a sus dedos. Mientras hacía estiramientos para desentumecer el
cuerpo ella salió de la ducha ya vestida peinándose su oscuro pelo liso con un
peine de púas gruesas.
Por primera vez en tantas horas, se dirigió a él.
- Te he oído cantando en ¿español puede ser?
- Sí. Era español. Estuve viviendo en Madrid tres años en mi
etapa universitaria. Jo, qué tiempos… - Rod sonrió interiormente y perdió la
mirada.
Sadie deseaba sonsacarle algo de su vivencia española por
pura curiosidad pero también por descansar la cabeza con un tema distinto al
que le había ocupado durante las últimas horas de forma tan obsesiva. Se sentó
en el sillón dispuesta a escuchar.
Tuvo suerte, porque él tenía también ganas de hablar. No era
una persona especialmente charlatana, pero tantas horas recluido consigo mismo
haciéndose mil preguntas habían conseguido entumecerle el cerebro.
Tampoco era
el tema que más le gustara sacar en este momento, pero fuera verdad o mentira
lo que le había contado Sadie el día anterior, se merecía una pequeña
confidencia que, además, a ambos les vendría perfecta para relajar el ambiente.
Aún recordaba con culpa la forma en que la gritó el día anterior.
- Me matriculé en Sonido y conseguí una beca Erasmus en
segundo para irme a estudiar fuera del Reino Unido. Más que por razones
académicas, lo hice por la experiencia de vivir en otro país y España le
pareció un buen lugar. El clima era agradable y los españoles, ya se sabe,
tienen fama de divertidos. Llegué en otoño de 1995 a Madrid sin saber qué
esperar. Encontré rápido un piso compartido en el centro. Como la gente era muy
abierta allí en poco tiempo hice un grupo de amigos bastante bueno y con mucha
paciencia con mis lentos progresos con el idioma. – Rod soltó una carcajada,
como recordando alguna anécdota concreta.
Lo que no sabía antes de ir es que iba a coincidir con una
época en la que se vivía una pequeña ola musical muy interesante en la capital.
La escena independiente estaba en plena efervescencia. Absorbían y copiaban
todas las tendencias británicas indiscriminadamente. Cada día de la semana
había algún concierto en algún bar, surgían grupos nuevos de debajo de las
piedras. Yo vivía en pleno barrio indie y no tenía más que bajar a la calle
para estar metido en el meollo del movimiento. Como tocaba la guitarra y además
era inglés, en seguida llamaba la atención.
Esta vez fue Sadie la que sonrió para sus adentros
imaginándose los estragos de un joven músico inglés tan guapo entre las chicas
españolas.
- El número de horas que pasaba en la calle iba siendo
inversamente proporcional al que dedicaba a la universidad. Una noche, después
de estar bebiendo algo en un parque, algo muy típico de la gente joven en
Madrid, entramos en un bar donde había un grupo tocando. Formación clásica de
la época, guitarra distorsionada, bajo autista, batería que tocaba con el pelo
en la cara y una cantante clon de Justine Frischmann la de Elastica. Tocaban Motorbike to Heaven, de Salad y me
pareció la canción más sensual que había escuchado jamás. Al cabo de dos
canciones me había enamorado platónicamente de ella. Nunca me había pasado nada
parecido antes. Al principio pensé que era la erótica del escenario, pero una
vez que la conocí comprobé que no me había equivocado. Dio la casualidad de que
el guitarrista estaba en dos grupos a la vez y decidió dejar éste por el otro,
dejando un puesto vacante que rápidamente cogí yo.
El resto fue tan rápido como divertido y predecible. Me uní
al grupo como guitarrista, acabé componiendo algún tema y haciendo los coros en
varias canciones. En un par de memorables meses salíamos juntos y nos pasamos
el verano de gira por pequeños festivales de toda España, mal durmiendo en la
furgoneta de David, el batería, o al aire libre, alimentándonos a base de latas
de atún y foie gras, duchándonos en la playa, acoplándonos a cualquier fiesta
que nos encontráramos… compartimos escenario con grupos muy interesantes del
panorama nacional y con alguno extranjero. Yo le echaba mucha cara al hecho de
ser británico y nos colábamos en los backstages un día sí y otro también. Una
noche incluso salimos de marcha con Supergrass y Echobelly, después del
concierto en la primera edición del Festival de Benicàssim.
Rod bebió un trago de agua para aclararse la garganta
mientras seguía con la mirada muy lejos del apartamento en el que estaban.
- Recuerdo que mi madre estaba muy preocupada por mí en
aquella época. No podía entender que estaba viviendo la mejor experiencia de mi
vida. Ella solo veía que había suspendido prácticamente todas mis asignaturas
de segundo y casi le da un ataque cuando le dije que me quedaba otro año más.
Para entonces ya hablaba español con mucha fluidez, estaba totalmente integrado
en la vida madrileña, Mónica, la cantante, se había venido a vivir conmigo a mi
piso de estudiante y disfrutábamos de cada segundo como si fuera el último.
Después de la mini gira estival, grabamos otra maqueta con el material que
habíamos ido creando de viaje en el estudio de un conocido y nos fichó una
pequeña discográfica independiente que empezaba. En realidad, en términos
económicos solo nos sirvió para poder comprar instrumentos nuevos y para viajar
en condiciones algo mejores que hasta entonces, aunque claro, eso no era
difícil. El disco que grabamos con ellos tuvo cierto éxito en los sectores
alternativos del país. Llegamos incluso a grabar un vídeo bastante cutre pero
muy divertido que ponían de madrugada en canales de teles locales.
Sadie recordó en ese momento un poster en blanco y negro que
tenía él colgado en su habitación en el que aparecían una chica escoltada por
tres chicos, todos vestidos de oscuro. Ahora entendió por qué había pensado que
uno de ellos era como Brett Anderson en sus primeros años con Suede pero en
guapo. Sonrió para sus adentros.
Rod entornó ligeramente los ojos. Sadie comprendió que
llegaba el momento de la historia en el que las cosas se torcían.
Los primeros acordes del Plug
in Baby le sacaron del ensimismamiento bruscamente. Miró de quién provenía
la llamada y a modo de excusa dijo – “Es Rita, perdona”.
Por lo que pudo deducir de la conversación, era una alumna
de guitarra a la que Rod le daba clases.
El arranque de sinceridad se había roto por completo, así
que Sadie decidió volver a sus anotaciones mientras quedara algo de luz
natural.
Rod siguió con varias llamadas de teléfono avisando a otros
alumnos de su ausencia. Alumnos que, según pudo ir comprobando por los nombres,
eran todo chicas.
Al término se dirigió a la cocina y se dispuso a preparar un
arroz con verduras. Sadie le observaba de reojo y se sorprendió ante la soltura
que mostraba cortando los vegetales en dados. ¿Dónde lo habría aprendido?
Tuvo que reconocer, con cierto pesar, que le había dejado
intrigada la aventura madrileña de Rod. En los apuntes que le envió Jude sobre
su vida se despachaba aquella época con un impersonal “cuatro años residiendo
fuera del Reino Unido”. Haciendo rápidos cálculos se dio cuenta de que le
faltaba la mitad de la historia.
Un sabroso olor a cebolla y ajo fritos inundó el
apartamento. Sadie estaba demasiado distraída para seguir estudiando así que
optó por hacer la última llamada del día a Morgan mientras se anotaba
mentalmente que debía hacerle un buen regalo por su discreto y leal trabajo
cuando todo esto hubiera acabado. Estaban muy cerca de algo, lo intuía, y eso
le ponía nerviosa.
Rod puso pulcramente la mesa para los dos sin preguntar si
ella tenía hambre y esperó educadamente a que colgara el teléfono para servir
el vino blanco que había cogido en su casa.
Ambos se sentaron y comenzaron a comer en silencio. Sadie
alabó el plato de arroz y Rod agradeció el cumplido, pero siguieron sin hablar.
Comentaron por encima el tema de las clases de guitarra sin
llegar a profundizar demasiado y algún que otro tema intrascendente.
Sadie se moría de ganas por sonsacarle el resto de la
historia pero no sabía cómo sacar el tema de forma natural después de una
comida tan fría.
Después de mucho pensarlo, decidió que nunca encontraría el
momento y que lo mejor era forzarlo. Se levantó para preparar un par de tés, se
armó de valor y lo soltó.
- Bueno, no quiero parecer cotilla, pero me has dejado a la
mitad con tus días de músico por Madrid.
Rod sonrió de medio lado y lanzó una mirada divertida a la
vez que sorprendida a Sadie.
-Me siento alagado. Normalmente nadie quiere escuchar mis
batallitas españolas.
- Mira que me cuesta creerlo…
Rod hizo como que no había oído el comentario, se recostó en
el sillón y retomó el relato.
- En junio de mi tercer año en Madrid, una discográfica
grande nos ofreció un contrato muy generoso pero con letra pequeña. Querían que
cambiáramos nuestro aspecto y, lo peor de todo, que dejásemos de cantar en
inglés para pasarnos al español. Nos pedían que dejáramos de ser nosotros
mismos para convertirnos en un producto de marketing y vender a gran escala.
Nos dieron una semana para pensarlo. Fueron unos días muy duros. El contrato
tenía muchos ceros, pero a David y a Jorge les parecía que era venderse y no
querían ni oír hablar del asunto.
- ¿Cuál era tu postura? – interrumpió Sadie aún intuyendo la
respuesta.
- Yo estaba confundido. Al principio estaba de acuerdo con
mis compañeros, odiaba la idea de capitular frente a una gran corporación.
Perder nuestra identidad. Pero después pensé que por qué no intentarlo. Una vez
con éxito y repercusión sería más fácil tener libertad para hacer lo que
realmente queríamos. Lo veía como una especie de peaje que había que pagar
durante unos años para poder tocar el cielo. Era muy ingenuo en aquella época.
Ahora lo sé.
- ¿Y Mónica qué pensaba? – La mirada de Rod se clavó por
primera vez en los ojos de Sadie durante un breve instante.
- Ella fue la última en pronunciarse. Durante la semana que
nos dieron para pensar discutimos mucho, muchísimo, los tres chicos. Tuvimos
unas broncas muy fuertes. Por las noches, en casa, me acostaba junto a ella y
no podía relajarme, seguía dándole vueltas a cada frase gritada, a cada argumento
presentado. Mónica se limitaba a abrazarme y dejarme hablar hasta que acababa
rendido. Estaba tan cabreado que no fui consciente de que ella no había dado su
opinión aún. Yo daba por sentado que estaba conmigo, de mi lado. Pero la noche
anterior a la reunión con la multinacional ella me sorprendió anunciándome que
dejaba el grupo.
- Fue un mazazo. No me lo esperaba en absoluto. Disolverlo
para mí no era una opción. O bien nos manteníamos como hasta entonces o dábamos
el gran salto, pero dejarlo no lo contemplaba. Fue la gota que me hizo
estallar. Salí de casa y me refugié en la de un amigo durante un par de días.
El contrato no salió, evidentemente, porque el grupo ya no existía. Cuando
volví estuvimos hablando los dos durante horas y me explicó cómo veía realmente
las cosas ella. Me contaba que los años vividos desde que me conoció habían
sido los mejores de su vida, que los había disfrutado al máximo, que no se
arrepentía de nada, que sabía lo afortunada que había sido, pero que también
sabía que tenían que acabar antes que después porque no se veía toda la vida de
gira yendo de un lado a otro y con el ritmo de vida que llevábamos. Y que esta
le parecía la oportunidad perfecta para parar. Que de hecho, estaba un poco
cansada y prefería dejarlo cuando todo iba bien que no después en horas bajas y
llevarse un recuerdo peor. Quería seguir adelante con la relación, dando otro
paso para afianzarla, retomar los estudios, buscar un trabajo, irnos a vivir
solos.
- A mí me parecía estar escuchando a una persona anciana
extraña, no a una veinteañera. Aún no había podido superar el hecho de haber
desperdiciado la oportunidad de mi vida musicalmente hablando y tenía que
enfrentarme también a la revelación de que mi chica quería descolgarse de todo
lo que nos había unido hasta entonces. Estaba en estado de semi shock, de
verdad. Eran demasiadas cosas para mí. La noche fue muy larga. Lloramos varias
veces, nos acostamos, nos gritamos, y finalmente nos abrazamos sabiendo que ese
momento era un punto de inflexión en nuestra relación.
Rod se pellizcaba inconscientemente la barbilla mientras
rememoraba aquellos días.
- Unos días más tarde decidí que no estaba preparado para la
vida adulta que me proponía y me volví de improviso a Londres. En realidad no
tenía ni idea de lo que quería hacer con mi existencia. Quería seguir con ella
pero sabía que no estaba preparado aún para hacerlo al modo que me proponía. Me
fui como un cobarde. Le dejé una nota y no me despedí. No podía decirle adiós a
la mujer de mi vida. Porque sé que era perfecta para mí. Hacíamos una pareja
increíble. La quería muchísimo. Pero estábamos en diferentes estados mentales.
- ¿Y cómo fue volver a Londres después de tanto tiempo? –
Sadie conocía bien esa sensación.
- Horrible. Estaba muy deprimido. La echaba muchísimo de
menos. Estuve a punto de volver varias veces, pero sabía que ni yo sería feliz
si hacía el papel de novio formal ni ella lo habría sido si retomábamos la vida
desordenada que llevábamos. Además, me odiaba a mí mismo por mi manera de
haberme ido y por el daño que le estaría causando a ella.
Sadie pudo intuir el dolor de aquella cicatriz por la
tristeza que reflejaban sus azules ojos al contarlo.
- Así que, para desesperación de mi madre, me cogí el primer
vuelo que pillé en Heathrow, y anduve un año dando tumbos por el mundo. Apenas
me comunicaba con mi madre por postales para contarle que estaba bien. Aunque
en realidad no lo estaba. O no interiormente. Lo del viaje fue un escape
personal, como si el poner millas de por medio pudiera consolarme. Y así estuve
11 meses hasta que en Tailandia pillé unas fiebres bastante fuertes que me
tuvieron casi un mes hospitalizado. Localizaron a mi pobre madre, a la que casi
le da un pasmo, se fue para allá, estuvo conmigo hasta que me dieron el alta y
me trajo de vuelta a Londres prácticamente de la oreja. El resto de la historia
es de sobra conocida. Me asocié con mi amigo de la infancia y recuperamos el
antiguo pub de su tío que estaba cerrado y medio en ruinas. Y hasta hoy.
Sadie no estaba segura de si no se pasaría de indiscreta,
pero no podía quedarse con la duda. Además, Rod había sido bastante locuaz
hasta ahora. Tenía que intentarlo.
- ¿Has vuelto a ver a Mónica?
Rod sonrió abiertamente.
- Sí. A la vuelta definitiva a Londres me armé de valor y me
bajé un fin de semana a Madrid. En realidad le había enviado una postal durante
mi año perdido con un “lo siento” como único texto. Pero sentía que le seguía
debiendo al menos una conversación. Había sido una de las personas más
importantes de mi vida y la había tratado fatal. Así que me presenté por
sorpresa a la salida de su trabajo, gracias a que un amigo en común me dio la
información. Fue vernos y darme un abrazo que me desarmó por completo. Resulta
que había estado algo al corriente de mi situación por medio de mi madre.
Estuvo muy preocupada cuando caí enfermo Tomamos algo, luego cenamos, dimos un
largo paseo y luego pasé la noche en su casa. Ambos sabíamos que aquello no iba
a ir más allá pero fue una noche muy dulce en la que curamos heridas y decidimos
que ambos nos merecíamos continuar adelante con nuestras vidas. Seguimos siendo
grandes amigos, mal que le pese a su actual marido, todo sea dicho de paso… - y
Rod sentenció la historia con una sonrisa de medio lado algo perversa.
Sadie estuvo a punto de preguntarle si seguía enamorado de
ella, pero pensó que sería demasiado íntimo. Y le dio rabia comprobar que
seguía con ganas de seguir conociéndole más.
- Menuda pieza debes ser tú…
Hacía calor en el apartamento. Sadie se levantó para abrir
más la ventana pero al ponerse de pie se mareó y perdió el equilibrio cayendo
bruscamente sobre el sofá.
Rod esperó a que se recuperara para hablar.
- ¿Me vas a decir ya de una vez qué te pasa o vas a seguir
fingiendo que estás bien?
Sadie odiaba el papel de “damisela frágil” así que agradeció
que no se hubiera abalanzado para recogerla al caer ni estuviera dándole aire.
Aún así, podía leer en sus ojos que estaba preocupado por el asunto. Por ello,
dedujo que lo que le había mantenido inmóvil fue la precaución. Seguramente
tendría un conflicto interior sobre si creerse la historia que ella le había
contado. Mientras llegaba a una conclusión, se mantenía en guardia. Chico
listo.
- No es nada grave. Tranquilo. – intentaba usar un tono que
diera a entender que tenía todo bajo control.
- Tienes hambre ¿verdad?
Le seguía maravillando lo intuitivo que era este chico. O a
lo mejor no era tan difícil llegar a la conclusión dado su aspecto. La cabeza
le daba demasiadas vueltas.
- ¿Tienes…? ¿Cómo se llamaba la fuente de alimento esa?
- FAR. Sí. Pero es un importante empresario y viaja a menudo
y ahora está fuera. Normalmente cubro sus ausencias con bolsas, pero están en
mi casa.
- Pues manda a Jude y que te las envíe.
- Jude ya ha estado en mi casa. Y no fui yo la última
persona que había entrado. Como imaginaba, después de revisar mi despacho
fueron a mi casa. No sabe decirme exactamente qué se han llevado, pero no
dejaron ninguna reserva de sangre así que eso descarta a un ladrón común y
señala a Archie o Hayden.
- Pues que te compre Jude y te envíe.
- Comprar sangre no es tan fácil como ir a una tienda y
pagar el dinero que te piden por cada bolsa. Está sumamente controlado. Ya te
he explicado que somos un colectivo muy avanzado y organizado. Cada sanguívoro
está dado de alta en un registro en el que se introducen sus datos corporales,
que son los que determinan la cantidad de litros que necesitas cada equis
horas. Ahí consta si tienes FAR o no, y en función de esos factores te
dispensan una cantidad de sangre u otra y siempre a título personal. Jude no
podría comprar en mi nombre y él tiene el suministro exacto para vivir. No
tiene FAR, por lo que necesita cada una de las bolsas que pueda tener
almacenadas.
Rod estaba literalmente alucinado con la logística que le
explicaba. Era imposible inventarse todo eso sobre la marcha.
- ¿Y no se tienen en cuenta casos especiales o urgentes? No
sé, ¿robos por ejemplo? No sé.
- Sí, claro, pero en ese caso tienes que dar parte a tu
Brigada y tras estudiar el caso proceden a expedirte una bolsa de supervivencia
si consideran que está justificado.
- ¿Y si no?
- Pues tendrás que esperar hasta que te toque tu siguiente
ración. No pasa nada, te vas debilitando muy muy lentamente. Pierdes fuerzas.
Nada más. Podrías morir, pero tendrías que estar sin comer por lo menos un mes.
Y antes de eso te toca tu nueva ración.
- Pero eso es injusto. Jude te podrá ayudar seguro. Si está
metido ahí seguro que te puede conseguir una bolsa o algo.
- Te repito que el tema de la sangre está sumamente
controlado. Y así debe ser. De otro modo, se volvería en nuestra contra.
- ¿Cuándo vuelve tu FAR? – Rod seguía dándole vueltas a cómo
ayudarla.
- El viernes.
- Para eso quedan tres días. ¿Podrás aguantarlo?
- Claro que sí.- Pero su voz y expresión facial denotaban
preocupación interna. Rod puso cara de estar esperando a que acabara la frase,
por lo que no le quedó más remedio que continuar - Pero no estoy en condiciones
para seguir con los análisis de la sangre, y hay pruebas que tienen un tiempo
concreto de reposo que hay que ir estudiando o se pierden. Eso es lo que
realmente me preocupa.
- Muy bien y ¿qué propones entonces?
Sólo había una respuesta acertada. Cerró los ojos e intentó
de nuevo buscar un plan alternativo, aunque sabía que no lo había.
- Tengo que beber sangre humana ya. Y tú eres el único
disponible.
Rod se levantó de un salto del sillón y se apoyó contra la
pared.
-Espera, ¿qué estás diciendo? estás de coña ¿no?
- Tranquilo, no duele, de hecho a los humanos os resulta
bastante… erótico, por lo visto. Es como un chupetón en la sangradura
Rod levantó la ceja. - ¿Sangradura?
- La parte interna del codo. Es uno de los sitios más
rápidos junto con la muñeca, aunque no mi preferido…
Rod no daba crédito a lo que estaba escuchando. Su rostro
palideció aún más.
- Dime por favor que me estás tomando el pelo y que no me
estás proponiendo chuparme la sangre, matarme y convertirme en vampiro
- Sanguívoro, por favor, apréndete el término ya, que el
otro es bastante insultante.
Rod bajó la mirada a modo de disculpa.
- No, no te mataría ni te convertirías en sanguívoro.
Y mirándole con cierto sonrojo añadió - podrías ser mi FAR
temporal.
Rod se tapó los ojos con las manos y se dejó caer al suelo
deslizando su espalda por la pared.
-Escúchame – Sadie se acercó muy lentamente para no
asustarle de nuevo - Si no como pronto no podré seguir con los estudios, y no
podemos perder mucho más tiempo. Si quieres que Archie pague por lo que hizo,
tendrás que ayudarme con esto.
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