The Mocking Bird

Desde aquella madrugada aciaga en el hospital, con la única compañía de Paul, Rod no se había parado a pensar que a partir de ese fatídico día era huérfano. Cualquier vínculo familiar cercano había desparecido para él, sin referencias paternas ni fraternales, Rod se sintió más sólo y aislado que nunca.

Su pequeña familia de dos, ahora se había convertido en una familia de uno, y los escasos amigos, consecuencia de un círculo excesivamente cerrado no eran consuelo ninguno. Conocía a cientos de personas sí, gestionar un Pub en Wapping, un sitio  bien ubicado de Londres sin límites de horarios te proporcionaba eso, miles de caras reconocidas, que no reconocibles una vez fuera del espacio físico del Pub.

Los días que siguieron al entierro de su madre fueron los más duros en la vida de Rod, y no por las exequias en sí. La vorágine del funeral, las pompas fúnebres y las últimas voluntades contribuyeron a transformar las horas posteriores a la salida del hospital en una carrera administrativa, fría y sórdida, en la que el duelo y las lágrimas no tenían cabida.

Por este motivo cuando Rod consiguió dejar fluir libremente las lágrimas por la muerte de su madre fue en la soledad de su casa familiar, sentado sobre su cama y rodeado de sus cosas.

Durante varias horas Rod deambuló como un zombi por las distintas estancias de la casa, acariciando casi con reverencia la encimera de la cocina donde tantas comidas de domingo preparó su madre, rodeando con pasos indecisos la butaca junto a la ventana donde ella solía sentarse a leer, esperando que, casi en cualquier momento se abriera la puerta de la casa y ella entrara, como cualquier otro día, con las manos ocupadas en las bolsas del supermercado.

La casa estaba impregnada de la esencia de su madre, y por eso Rod se convenció a sí mismo de que nunca podría vivir en ese lugar de Richmond, que esa no volvería a ser su casa. Su conversación con el abogado de su madre el día del sepelio fue muy breve, tan sólo las frases imprescindibles sobre que la herencia ya estaba en trámite y que pronto recibiría la documentación que necesitase  de su firma.

No quería deshacerse de la casa, pero tampoco podría vivir en ella, aunque quedarse en su modesto apartamento de Limehouse fuera una decisión poco ventajosa económicamente, teniendo en cuenta que vivía de alquiler. Por eso se convenció a sí mismo de que decidir en ese momento qué hacer con la casa no era  urgente, ni importante. Se acumularía más polvo en su corazón probablemente que en los muebles, teniendo en cuenta que la soledad pesaba sobre él como una losa.

Rod sintió de repente pánico al pensar que con el tiempo podría olvidarse de su madre, de su imagen, de su olor, de su voz suave y musical, y volvió a dudar de nuevo sobre si quedarse en Limehouse era la mejor opción. Inhaló aire profundamente y exhaló con la misma convicción, intentando razonar consigo mismo que Richmond estaba demasiado lejos de Wapping, y no podría usar su vieja bici como medio de transporte : una pieza de chatarra de color negro digna de un museo del transporte, pero que perteneció a su padre.

Cuando ya no quedaba más remedio seguir sumergido en el letargo permanente de los últimos días o salir a la superficie, Rod decidió que llevaba bajo su propia pena demasiado tiempo. Después de varios días decidió darse una ducha con el agua lo más caliente que su cuerpo pudiera aguantar, se vistió con ropa cómoda: unos vaqueros desgastados, una camiseta de manga larga gris oscuro y las viejas All Star.

El siguiente paso fue volver a conectar el teléfono móvil, nada más coger cobertura, los pitidos de mensajes y llamadas perdidas se sucedieron durante minutos, en aquel momento Rod comprendió que desconectarse del mundo no había sido muy buena idea. Se deslizó por los diferentes mensajes a toda velocidad, sólo abriendo aquellos que provenían de su entorno más cercano, el último mensaje recibido de Paul era un ultimatum : o volvía al Pub en las próximas horas o él mismo le sacaría de la casa a la fuerza.

Decidió dejar las pertenencias de sus padres sin tocar, sin molestarse siquiera en embalar lo más personal. Tan sólo se llevó el viejo joyero de su madre, que contenía el reloj de su padre y un par de juegos de gemelos. Vació la nevera para evitar que el olor a comida en descomposición llenara la estancia con el paso de los días, y sin mirar atrás, cerró la puerta de la casa de su madre, saliendo a la fría mañana de Londres por primera vez en una semana.

El trayecto en metro entre Richmond y Whitechapel era bastante largo. Una vez allí aún quedaba un transbordo y dos paradas más hasta Wapping, pero a Rod nunca se le había hecho tan interminable hasta ese momento. La mochila con sus escasas pertenencias situadas entre sus pies, y un libro sobre las rodillas que no se molestó en abrir en todo el recorrido. Sólo deseaba llevar cuanto antes a The Mocking Bird, su lugar de trabajo, su refugio, probablemente su único hogar en ese momento.

Con paso rápido ascendió las escaleras que desembocaban en Wapping High Street, se detuvo brevemente en el Starbucks de la esquina con Tench Street, y recorrió los escasos metros que le separaban del Pub.
Cuando abrió la puerta se sintió reconfortado al instante. El familiar olor a cerveza y madera húmeda inundó sus sentidos, y por primera vez en varios días se sintió en casa.

Los taburetes se apilaban sobre la barra, el suelo aún estaba mojado de haber sido fregado recientemente.
Las ventanas orientadas al Thamesis estaban totalmente abiertas, en un intento vano de que el suelo se secase antes. La humedad que entraba por las ventanas hacía prácticamente imposible esta labor, llenando la estancia de un ambiente más frío que la temperatura en grados podría prever.

Al fondo del local divisó un pelo moreno y rizado inconfundible para él. Con camiseta blanca y vaqueros negros desgastados Paul se inclinaba sobre las mesas con una bayeta, limpiando las superficies antes de que los paisanos inundaran el lugar.

Rod dio otro trago a su café doble macchiato y se dirigió a su mejor y casi único amigo:

-Eh, Paul recibí tu último mensaje y aquí estoy, claramente intimidado por tus amenazas– Rod intentó esbozar una sonrisa, aunque sus labios se curvaron más bien en una mueca.

-¡Rod¡– Paul abandonó la bayeta sobre una mesa y con pasos largos y firmes se dirigió hacia él. Le dio una fuerte palmada en la espalda que hizo a Rod tambalearse ligeramente. – No tienes muy buen aspecto, la verdad.

-Bueno, estos días he dormido poco y he comido menos, he sobrevivido a base de cafés básicamente– dijo  Rob mostrando su vaso de café.

-Y aparte de lo obvio- dijo Paul señalando sus ojeras con su dedo índice -, ¿cómo te encuentras?

-Mejor- dijo Rod en un tono un tanto seco. – En camino de la recuperación.

A Paul siempre le exasperó el hermetismo de Rod para sus asuntos personales. Daba igual que se tratase de sus sentimientos por una chica, o un problema económico, Rod era muy poco dado a demostrar sus emociones. Paul había intentado muchas veces romper esa máscara de frialdad e indiferencia, pero nunca lo había conseguido. La mayor parte  de las ocasiones sus intentos habían desembocado en agrias discusiones, que incluso un par de veces habían provocado que dejasen de hablarse durante unos días.

Esta era una circunstancia demasiado incómoda para Paul, dado que tenían que estar en el mismo lugar durante tantas horas todos los días, se había dado por vencido en su intento de penetrar la barrera mental de Rod. Por eso se sorprendió gratamente cuando Roderick continuó hablando, con la mirada en el infinito, situada en algún punto indeterminado sobre el hombro de Paul.

-Durante estos días he estado pensando mucho sobre mi vida sin embargo, tengo 34 años, estoy soltero y sin compromisos, sin ataduras familiares…no sé…-Rod pegó otro sorbo a su café- . Me siento como si estuviera perdiendo todo contacto con lo que he conocido hasta este momento… necesito algo que me ancle a mi realidad un poco más.

-Es normal que estés desorientado, dijo Paul – desgraciadamente las circunstancias de la muerte de tu madre no fueron las que la naturaleza hubiera marcado, sino un accidente que nunca debió haber pasado.

Rod se quedó callado, durante este tiempo también había tenido tiempo para reflexionar en las atípicas circunstancias de la muerte de su madre; desde la extraña herida en la muñeca, totalmente abierta y que originó el horrible flujo de sangre que encontró en la bañera, hasta los ruidos que escuchó durante la noche y que él identificó como una ventana abierta, aunque sabía a ciencia cierta que nunca, en toda su existencia, su madre había dejado ni ventanas ni puertas sin cerrar.

Sabía que su comportamiento en el hospital había sido irregular, incapaz de abrir la boca ante las explicaciones de la forense, preocupado solamente por salir de aquella sala pequeña, sucia y oscura cuanto antes. Sabía también que le harían llegar un informe con la causa de la muerte cuando la autopsia se pudiera hacer pública, pero también intuía que lo que el informe contara no se correspondería en absoluto con el desastre de la muerte de su madre, la sangre, la extraña contorsión de su cuerpo y la mueca de su cara.

Recordaba perfectamente el rostro de su madre, contraído en un gesto claro de temor más que de sorpresa, desde luego no esperado en una muerte ocasionada por un resbalón. Pero hasta este momento no había tenido la entereza mental suficiente para volver a pensar en esto, ni siquiera había sido capaz de volver a entrar en el baño de su madre, aún sabiendo que la policía se había ocupado de limpiar el escenario hasta dejarlo en el estado de un quirófano. Había preferido utilizar el baño al final del pasillo, a pesar de que su cuerpo fuerte y su altura eran  incompatibles con la estrechez de la pequeña ducha del baño de cortesía.

-Eh Rod! – sumido en sus pensamientos le sorprendió escuchar la voz de su amigo. Levantó la mirada y vio lo ojos oscuros y profundos de Paul y su semblante preocupado. -¿Dónde te has ido?

-Recordaba algunas cosas, solamente – contestó Rod – Nada bueno.

Con estas palabras Rod se dio la vuelta y avanzó hacia el fondo del local, hacía la oficina, deteniéndose brevemente junto al pequeño escenario situado contra la pared más alejada de las ventanas.
Paul, preguntó. 

-¿Hoy hay noche musical?- Contempló con ojos ávidos el micrófono y el taburete situados sobre él.

-Sí, como todos los jueves. ¿Piensas actuar?

- No estoy de humor- dijo Rod, sin dejar de pensar en su guitarra, que a buen seguro seguiría en algún lugar de la oficina, abandonada a su suerte por su dueño durante estos días.

-Vamos te vendría bien para despejarte un poco – continuó Paul-, aunque sea un par de temas. ¿Qué te parece que cerremos tú yo cuando ya no quede casi nadie? Parece que hace un siglo que tocamos juntos.

-Ya veremos Paul, te lo agradezco pero estoy tan cansado, no creo que fuera capaz de tocar de memoria ni una sola canción.

-Ya, y no tendrá nada que ver con cierto temor a quedar mal ante mis habilidades musicales?- Preguntó Paul en tono socarrón.

De nuevo Rod intentó sonreir. – Te aseguro que no, no tienes nada que hacer frente a mí.- Y era cierto, el amor de Rod por toda clase de música era prácticamente imbatible, desde cualquier composición clásica a la música más reciente, no había canción que no hubiera escuchado al menos una vez. En el bolsillo de su pantalón nunca faltaban un billete de 10 libras para las emergencias, según le había enseñado su madre, y su ipod.

Cuando alguna circunstancia de la vida se le hacía insoportable, cuando quería aislarse del mundo por un tiempo o cuando el silencio se le hacía pesado sobre los hombros se ponía los auriculares y conectaba su ipod. Tenía listas de reproducción para todos los estados de ánimo : alegre, sereno, triste, melancólico… incluso tenía una lista bajo el nombre de esperanza llena de canciones románticas y empalagosas, que solía escuchar cuando conocía a una chica que le interesaba para algo más que un polvo de una noche.

En los últimos tiempos la lista “esperanza” no había sonado mucho, Rod solía tener cubiertas sus necesidades sexuales, pero empezaba a sentir que se hacía mayor y por tanto cada vez más maniático. Las mujeres con las que entraba en contacto le parecían cada vez más insustanciales, más aburridas, y prefería la soledad a la insulsez, bajo cualquier circunstancia.

Una vez avanzada la tarde, la rutina de servir pintas de cerveza tras la barra permitió a Rod relajar los pensamientos trepidantes de su cabeza, procuró concentrarse en los actos mundanos: coger un vaso limpio, llenar una pinta de Guinnes, pasar la bayeta en la barra… y dejar la mente en blanco, un ejercicio de relajación no intencionado pero claramente eficaz.

Las horas transcurrieron plácidas hasta las diez, hora en la que daba comienzo la noche musical. Algunos habituales de las noches de micro abierto ya se encontraban presentes, con las guitarras a sus pies, charlando entre ellos esperando recibir el orden de actuación. Algunos saludaban a sus conocidos ya sentados en las mesas del fondo, algunas chicas ansiosas miraban con ojos entregados a sus novios cantantes.

Los primeros en actuar solían ser siempre cantautores que subían al escenario con la única compañía de su guitarra, para loar al amor y contar sus miserias. Estos eran los que más indignaban a Rod, no podía evitarlo, para él la música era básicamente liberación, conseguía que su ánimo pasara a ser exultante, pura adrenalina. Sin darse cuenta se agarró fuertemente a la barra, hasta que sus dedos se quedaron blancos con la tensión, su cuerpo le estaba pidiendo música y en ese momento supo, que la noche no llegaría a su fin sin que su guitarra y él tuvieran una breve conversación.

11.30 pm, pensó Rod mirando su reloj, media hora para el cierre. La presencia de paisanos se había reducido al mínimo, como sucedía en todos los días laborables. Rod sintió la electricidad fluir entre sus dedos y la anticipación de subir al escenario a interpretar un par de canciones.  La actividad en la barra era prácticamente nula, por lo que Paul decide que es un buen momento para sacar las baquetas de debajo del mostrador de los whiskeys.

Los primeros acordes de “Come pick me up” de Ryan Adams, fluyeron de las cuerdas de la guitarra de Rod y Paul acompañó las primeras notas con el ritmo suave y cadencioso de la batería. Sin apenas darse cuenta, los versos se deslizaron desde su garganta y abandonaron sus labios contra el micrófono, Rod cerró los ojos y se dejó llevar por la letra:

When they call your name
Will you walk right up
With a smile on your face?
Will you cower in fear?
In your favourite sweater
With an old love letter

I wish you would
I wish you would

Rod levantó la mirada, apenas 15 personas contemplaban su actuación, la mayoría demasiado borrachos como para seguir con interés lo que sucedía en el escenario. Sus ojos se clavaron en la mesa del fondo a la derecha, junto a la ventana, una mujer joven se sentaba sóla. Apenas puede distinguir sus facciones con claridad, el reflejo de la luz y el contraste con la negritud del exterior se lo impedía.

En ese momento Jaimee también miró hacia el escenario, y Rod pudo ver claramente los reflejos de los ojos oscuros que no abandonaban los suyos, la larga melena que se deslizaba sobre los hombros como una cascada, color castaño, liso…. Un gracioso flequillo casi tapaba uno de los ojos, y sus labios finos pero definidos se movían sin llegar a pronunciar en voz alta, siguiendo la canción a la perfección: come pick me up, take me out, fuck me up..

Al terminar la canción Jaimee se levantó y con paso firme se dirigío de vuelta a la barra, Paul tenía intención de levantarse de su asiento detrás de la batería, pero Rod fue más rápido y levantó la madera que separa el mostrador del resto del local antes que él.

-¿Cuánto te debo por una pinta? – preguntó Jaimee con una sonrisa juguetona, la mirada sin abandonar la de Rod en ningún momento, sacando del bolsillo un pequeño gorro de lana que empieza a colocarse mientras espera la contestación.

-Son 2.50 libras- dice Rod, sin abandonar tampoco esos ojos expresivos y muy vivos. Sin poderlo evitar y mientras busca el cambio de un billete de 10 libras, continuó hablando- ¿te gusta Ryan Adams?

-Bueno, no es mi favorito pero tengo que reconocer que la versión que habéis hecho de Wonderwall es casi mejor que la original- Jaimee sonrió, recogió su cambio y extendió su mano derecha. -Me llamo Jaimee, ¿trabajas aquí?

-Si-  el de la batería es mi amigo y socio Paul, yo me llamo Rod- Y estrechó su mano pequeña y cálida entre la suya. -No quiero sonar tópico pero no te había visto antes por aquí… creo yo.

-Me gusta la música en directo, y una amiga me comentó que todos los jueves tenéis actuaciones. En cualquier caso he venido por casualidad, salí del trabajo muy tarde y lo único que me apetecía de verdad era irme a casa.

-Bueno, me alegro de tu decisión, ¿puedo invitarte a algo más?

Jaimee sonrió con más intensidad, mostrando al hacerlo sus dientes blancos y perfectos 

-¿Estás intentando ligar conmigo?

Rod bajó la mirada por primera vez desde el comienzo de su conversación

- No, en absoluto. Sólo pretendía ser amable.

-Una pena entonces, contestó Jaimee, rozando ligeramente con sus dedos la mano de Rod, una caricia ligera, casi imperceptible. – Nos veremos por aquí…

Jaimee se dio la vuelta y salió a la húmeda noche de Londres, satisfecha consigo misma. Entablar un contacto casual con Rod había sido más fácil de lo esperado. ¿Quién hubiera imaginado que su cultura musical le iba a ser de tanta utilidad?.

Continuó caminando calle abajo en dirección al metro, sin dejar de pensar en su conversación con Sadie. Su trabajo iba a ser más placentero de lo esperado, y se dio cuenta de ello en el momento que comprendió que el largo y oscuro flequillo de Rod se le había quedado impregnado en la memoria, eso y sus dedos largos y finos mientras se deslizaban grácilmente por el mástil de la guitarra.

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