Prólogo

1981


Sadie tiró la mitad del café por el desagüe. “Allá va… sin duda, el peor café del mundo” pensó. Se estiró las medias y se volvió a calzar los zuecos blancos. Recogió su cabello en un improvisado moño que sujetó con el bolígrafo recién robado de la recepción y salió al largo corredor tenuemente alumbrado con las luces auxiliares.

Le gustaba el turno de noche. No había casi gente deambulando por los pasillos del hospital, y los que había, solían estar tranquilos y concentrados en sus cosas. Nada de griteríos, llantos o ramos de flores más grandes que los portadores buscando la habitación de su familiar.

El hospital olía a nuevo. Llevaba abierto apenas un mes y todavía tenía ese aroma inconfundible de escayola y pintura frescas. Sadie había pedido el traslado atraída por la maquinaria de última generación con que lo habían equipado. Su cargo de Forense Jefe se vería beneficiado por la rapidez de los nuevos métodos de análisis que, gracias a los gigantescos ordenadores , reducirían a prácticamente la mitad el tiempo de espera para obtener los resultados de las pruebas. Ahora tendría los datos necesarios para conocer los motivos de los fallecimientos en un tiempo impensable hacía tan solo unos pocos años.
Sadie deambuló por el pasillo sin tener nada que hacer. No habían ingresado ningún nuevo cadáver en toda la noche y todo el papeleo del turno anterior estaba terminado y entregado. 

Decidió subir a ver a Hayden.

Hayden trabajaba en la tercera planta. Atendía a los pacientes en coma con escasa o nula actividad cerebral a los que los familiares con dinero se negaban a desenchufar de los respiradores que los mantenían con vida. Normalmente pasaban unos pocos meses hasta que por fin se hacían a la idea de que jamás despertarían. Entonces accedían a desconectarlos o incluso a donar los órganos.

Hayden se encargaba de que durante ese tiempo no les faltara suero, respiración asistida, higiene y algo de conversación. Les solía leer las noticias diarias, más por entretenerse él que por pensar que alguno le pudiera oír.

Sadie entró tras llamar suavemente a la puerta. Hayden sonrió al verla. Terminó de rellenar una ficha de ingreso y se levantó. Sus casi dos metros hicieron levantar a Sadie la cabeza para mirarle.

- ¡Hola Hayden! ¿Qué tal va la noche?

-Hola! pues más o menos tranquilo por aquí, se acaban de llevar a Lautner. Siete meses enchufado. No está mal. Además tenemos uno nuevo… ¿Y tú? ¿no tienes a nadie a quien embalsamar?

-Pues hasta ahora todo tranquilo, no tengo aviso de que me vayan a bajar a Lautner. Era el que se cayó escalando un muro ¿verdad?

-Sí, hay que estar un poco tarado....

 - ¿y quién es el nuevo?

- Cama uno. Accidente de coche. Encefalograma plano. No sé porqué le han subido aquí, no creo que dure ni una semana- respondió señalando con la cabeza a la primera cama.

Sadie se acercó. Thomas Patterson según la etiqueta de la cabecera. Un hombre atractivo, de treinta y pocos años. Complexión atlética y con la piel tostada por el sol. Las grandes cicatrices que cruzaban su torso en varias direcciones revelaban que el accidente debía haber sido brutal.

Sadie parpadeó. Siempre le afectaba ver una vida joven truncada de forma irremediable. Sabía que en pocos días, ese hombre estaría tumbado en una de sus camillas, desnudo y con una etiqueta colgando de un dedo del pie.

-¿Has tomado muestras?- le preguntó.

-Claro- respondió él ofreciéndole dos tubos de ensayo.

-Los analizaré con la nueva máquina que llegó ayer. La he instalado y configurado. Creo que nos ayudará mucho en la investigación.- Hayden no pudo evitar sonreír.

-No te das por vencida, ¿eh? Yo empiezo a pensar que no funcionará nunca.- Sadie se rió

-¿Darme por vencida? ¡Ni hablar!. El desánimo y yo no congeniamos. ¡Y siempre salgo ganando! ¿te espero para desayunar en el Cod Cofee?

-¡Claro! Me muero por un café de verdad.

Sadie salió con los dos tubos en el bolsillo y se dirigió a su laboratorio.

Un par de horas más tarde, mordisqueaba la punta de su bolígrafo pensativa. Volvió a mirar por el microscopio intentando descubrir por el método tradicional si lo que le estaba diciendo la máquina era correcto. En todos sus años de experiencia, no había visto una composición de sangre semejante.

La hemoglobina contenía muy pocos glóbulos rojos. Demasiado pocos para un ser humano, y no era una situación anormal provocada por el accidente o una enfermedad reciente. Según su ficha del hospital, su sangre había sido siempre igual, aunque nadie le hubiera prestado atención al dato. Nadie buscaba nada parecido.

Los días que siguieron los pasó observando a Patterson y analizando su sangre prácticamente a diario.

Patterson tenía un organismo de lo más inusual. Todo su cuerpo funcionaba más lento de lo común, la digestión, la oxigenación, e incluso la creación y eliminación de células. Su sangre tardaba en renovarse casi el doble de lo normal.

Sadie prácticamente no Salió de su laboratorio en tres semanas. Llevaba años buscando algo parecido. Había estado dando palos de ciego sin saber muy bien si sus investigaciones darían algún resultado, pero ahora tenía delante algo que le hacía pensar que había esperanza. Que aquella sangre tan inusual podría ayudarles a ser normales de nuevo.

No se atrevía a dar la noticia a sus compañeros. No quería que nadie se hiciera falsas ilusiones, después de dos desengaños anteriores, no diría nada hasta estar completamente segura.
Pero se le acababa el tiempo. La salud de Patterson empeoraba. Tenía que darse prisa en dar el paso o perderían la oportunidad más fiable que habían tenido en años.

Sadie se fue a casa, tomó un largo, caliente y espumoso baño que le hizo relajarse y aclarar las ideas.

Esa noche reunió a sus compañeros en el laboratorio de muestras. Les explicó lo que llevaba todo el mes haciendo, los resultados, sus conclusiones, sus esperanzas. En la cara de sus tres compañeros se reflejaba la emoción de comprender lo que todo aquello significaba.

-Conociéndote sé que no nos lo dirías si no estuvieras completamente segura de que va a funcionar, pero… ¿has pensado en los efectos adversos? ¿en lo que podría pasar si no funciona?- preguntó Archie.

-Por supuesto. He estado pensando, aunque no he conseguido responder a esa duda. No encuentro un motivo para pensar que pueda ser peligroso.

Se giró hacia una mesa que contenía varios tubos de ensayo. He creado este compuesto. En él he mezclado diferentes cantidades de sangre con heparina para ayudar a nuestro cuerpo a asimilar la sangre y mueran el menor número de células posible en el proceso.

Se hizo el silencio. Los cuatro se miraron expectantes. La emoción flotaba en la sala.
Sadie introdujo la aguja de una jeringuilla en el primer tubo, levantó la vista, después la manga de su bata, y acto seguido se inyectó el rojo y viscoso líquido.

***

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