Averiguaciones

El silencio y la oscuridad del callejón, que habitualmente ejercían sobre él un efecto relajante tras las horas de ajetreo y música atronadora, le trajeron a la mente las sensaciones de dos noches atrás. El miedo, la incomprensión, y sobre todo, la muerte de Jaimee volvieron a su cabeza como si acabara de ocurrir.

El miedo. Desde que tuvo delante a aquel enorme pelirrojo con el rostro deformado por la rabia no se quitaba de encima la incómoda sensación de temor que le invadía cada vez que se quedaba solo o había demasiada poca luz a su alrededor. Se sorprendió comprobando que no hubiera nadie en el callejón antes de abandonar la seguridad de la puerta del pub.

Se sentía impotente ante esta inseguridad. Y encima el poli se había traído a la chiflada. En lugar de encontrar las respuestas que necesitaba le habían repetido esa absurda historia de sus padres y eso de la sangre. Cuanto más lo pensaba, más se enfadaba.

Salió a la fresca noche y caminó por la ribera del río. El paseo iluminado y el sonido del agua contribuyeron a apaciguarle. Jude y Sadie le habían sacado de quicio. La que parecía una gran amiga acababa de morir y parecía que lo sentía más él mismo que ellos. Pero ¿qué les pasaba? ¿Por qué no habían dado parte a la policía? ¿y qué demonios le había pasado al cuerpo de Jaimee? Juraría que lo vio deshacerse en cenizas, pero eso no era posible. La  oscuridad y el estado de pánico en que se encontraba en ese momento le debieron jugar una mala pasada a su vista.

Una pregunta volvía  a su mente una y otra vez. ¿Por qué Jaimee se había enfrentado a un tipo dos veces más grande que ella? Podía haber salido corriendo, o volver al pub. Le podía haber abandonado con él, pero no, decidió quedarse. No podía ser que estuviera tan enamorada de él, solo habían estado juntos un rato y apenas se había conocido un par de días atrás.

De pronto algo encajó en su cabeza.

No se habían conocido por casualidad. Ella le había estado vigilando. Al igual que Sadie. Sabían lo de su madre y sabían qué le había pasado incluso mejor que él. ¡Jaimee le había estado siguiendo todo este tiempo!

De pronto se sintió un estúpido. Había sido una marioneta. El encuentro en el pub, en el sitio donde Rod solía almorzar, las canciones que él tocaba y ella sabía a la perfección, el piso que tenían justo debajo del suyo… nada había sido por azar, ella le había manipulado desde el primer momento, y él no se había dado cuenta de nada. Y al final de todo, ella había dado su vida por él.

Se había enfrentado a un tipo brutal solo por protegerle. Y el amor no tenía nada que ver, fue porque la sangre que corría por sus venas era tan importante para algunos que eran capaces de sacrificar su vida por protegerla.

Pero ¿qué enfermedad sería? se preguntó si sacándose un par de muestras le dejarían en paz. ¿Sería verdad todo lo que le habían contado Sadie y Jude?. Sacudió la cabeza. No, no iba a dar crédito a todas esas locuras de experimentos y enfermedades. Su madre había muerto porque se resbaló en la bañera, y su padre murió a consecuencia de un accidente de coche. Punto.

Se detuvo y se apoyó en la barandilla del río. Observar el Thamesis de noche era todo un espectáculo con la iluminación de los puentes y de los edificios adyacentes.

El enfado de hacía un rato, estaba dejando paso a un sentimiento mucho más amargo. La soledad. Se dio cuenta de que aparte de Paul, no tenía a nadie a quien llamar. Nadie quien sintiera tan cercano que pudiera contarle lo que le estaba pasando y que le diera una palmada en la espalda diciéndole que todo iba a ir bien. Estaba completamente solo.

Necesitaba hablar con alguien, así se aclararía las ideas. En ese momento hubiera dado todo por poder coger la mano de su madre, ver su sonrisa y sentir la calidez de su voz. Notó un nudo en la garganta mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. La echaba tanto de menos…

Se dio cuenta de que había evitado durante días el pensar en ella. Aún resultaba doloroso. Pero en ese momento era la única persona con la que necesitaba hablar. Y lo haría, aunque ella no pudiera contestarle. Al menos le escucharía.

Caminó dejando atrás el río y se dirigió hacia la parada de taxis más cercana. Con la voz emocionada, indicó la dirección del lugar a donde no se había atrevido a volver.

Al llegar, mientras bajaba del vehículo miró hacia arriba. La alta y fría verja del  Highgate Cemetery le indicó que el lugar estaba cerrado para los vivos.

Rod caminó por Swain's Lane buscando un tramo sin las amenazadoras verjas de hierro cuya punta terminada en forma de flecha atravesarían su piel al menor tropiezo. En seguida las vallas de hierro cedieron su lugar a un elevado muro de piedra. Siguió caminando hasta encontrar un trozo de pared lo suficientemente baja para treparla. Subió encontrando huecos entre las piedras y se dispuso a saltar al otro lado. Se sentó en lo alto del muro mirando hacia el interior del camposanto. La oscuridad reinaba. No había farolas encendidas, ni velas, ni nada. Solo silencio.

Recordaba el cementerio como algo inquietantemente bello. Las lápidas y estatuas ganadas por la maleza conferían al lugar un aspecto ancestral.

La tumba de su madre estaba cerca de la pared oeste, no lo recordaba muy bien. El día del entierro se había dejado guiar por Paul y no había prestado atención al camino. Ahora no estaba muy seguro de saber encontrar el panteón de los Patterson-Danner donde algún día también descansarían sus huesos.

Le costó un buen rato encontrar el valor suficiente para saltar al suelo. Entrar en un cementerio de noche de pronto no le pareció la mejor de las ideas. Aterrizó suavemente en el césped del otro lado del muro. Miró a su alrededor, esperando que los ojos se acostumbraran a la repentina oscuridad. El corazón comenzó a latirle cada vez más fuerte, y una ligera capa de sudor se adueñó de su frente. En algún lado cerca de él el aleteo de un pájaro sonó haciéndole pegar un brinco.

Creyó escuchar el rumor de unos pasos lejanos. La respiración se le aceleró y le resultó difícil tragar saliva.

No podía estar seguro, pero hubiera jurado que el sonido de las pisadas era cada vez más fuerte. El miedo le invadió totalmente. La imagen de Archie mirándole fijamente pasó ante sus ojos una y otra vez. No soportó más la sensación y dándose la vuelta intentó trepar el muro.

Sin ver apenas nada no conseguía encontrar huecos en las piedras para agarrarse. Una arista en la roca le hizo un corte en el dedo índice. Maldiciendo el dolor que sintió, continuó intentando trepar. Su pie derecho consiguió encontrar un asidero, y dándose un fuerte impulso, saltó hacia arriba. Con todas sus fuerzas intentó sujetarse a la parte superior del muro, pero no encontró un saliente al que asirse. Cayó de espaldas dándose un fuerte golpe en la cabeza contra un trozo de lápida desprendida de su lugar.

Se tocó la nuca, una pequeña brecha sangraba abundantemente. Se miró la mano, sin conseguir distinguir casi nada. La sensación de la sangre caliente goteando por su mano le transportó en un instante a un par de noches atrás, cuando intentaba ayudar a Sadie. Ella se había golpeado tan fuerte que le habían crujido los huesos. Perdió tanta sangre que seguramente debería haber muerto o al menos debía haber necesitado ayuda médica para cerrar la herida. En lugar de eso, se levantó como si nada hubiera pasado.

Un escalofrío recorrió la espalda de Rod. Ahora estaba seguro de que alguien estaba tan cerca que sintió su presencia. Intentó levantarse torpemente. De pronto una mano se posó sobre su hombro haciéndole proferir un agudo grito de terror.

-Tranquilo chico, deja de gritar como una niña. ¿Se puede saber qué demonios haces aquí? El cementerio está cerrado.

Con un click, la luz de una linterna iluminó parte de la pared. Rod ni siquiera se paró a explicar nada al vigilante. Encontró de nuevo el hueco para su pie, y saltó, esta vez con más suerte. Agarrándose a las piedras como si le fuera la vida en ello consiguió trepar hasta lo alto del muro, y de un salto pasó al otro lado. Echó a correr hacia la puerta principal sin echar la vista atrás.

Por fin se detuvo jadeante y sudoroso. Se  apoyó en sus rodillas intentando recuperar el aliento. Se dejó caer y sujetándose la cabeza con las manos rompió a llorar.

Cuando consiguió serenarse supo que no podía seguir así. Tenía que saber qué estaba pasando o se volvería paranoico.

Se tocó la nuca. Se dio cuenta de que se había hecho una buena brecha. Al instante, la palabra hospital cobró un nuevo sentido para él. Por ahí tenía que empezar a preguntar. En el hospital donde murió su padre 28 años atrás.

Sin pensar en lo tarde que era, ni en lo lejos que estaba el St. Thomas, tomó otro taxi y se dirigió al ala de urgencias. No tuvo que esperar mucho hasta que le metieron en la sala de enfermería para coserle la herida. Mintió al explicar cómo se la había hecho a la oronda enfermera que le miraba con ojos tiernos. Mary Austen, según su placa.

Rod no sabía cómo preguntar algo acerca de su padre. Mary le puso un anestésico local tras limpiar y afeitar la zona de la herida. Cuando Rod se quejó de que le dolía, ella le riñó diciendo que se portaba como un niño. Se veía que ella disfrutaba el tener el control de la situación. Ya que Mary le trataba como si tuviera ocho años, decidió jugar la baza del chico desvalido.

- Mary, verás, hacía años que no venía a este hospital. Mi padre murió aquí cuando yo era un niño…

- Oh, cielo, lo siento…

- Bueno, la verdad es que casi no le conocí, y mi madre apenas me hablaba de él. Ni siquiera recuerdo cómo murió y ella nunca quiso explicármelo… me preguntaba, si ya que estoy aquí,  podría hablar con un forense que tuviera acceso a su ficha.

- Hum… bueno, no sé, a Hobbes no le gusta recibir visitas. Es un poco huraño, la verdad. Lleva aquí desde que se abrió el hospital, puede incluso que fuera él quien analizara a tu padre, pero eso sí que sería una tremenda casualidad. Pero puedes intentarlo. La sala de autopsias está justo aquí debajo, está bien señalizado.

-No sé como agradecértelo- dijo Rod– supongo que debí venir hace mucho para encontrar respuestas, pero nunca quise hacer nada a espaldas de mi madre.

-Buena suerte cielo.

Rod titubeó un momento. Quería estar seguro antes de exigir nada al tal Hobbes.  
-Mary, una última pregunta, ¿es legal que pida ver el informe de su autopsia o son datos del hospital inaccesibles?

Mary dudó rascándose una oreja antes de contestar.

-No estoy segura del todo, pero creo que los familiares tienen acceso a los análisis forenses a no ser que haya una investigación en curso. Y aunque no fuera así, nadie podría quitarte el derecho de intentarlo ¿no?

Rod guiñó un ojo a Mary y desapareció tras la puerta.

Buscó las indicaciones para bajar al sótano. Tomó el ascensor y pulsó el -2. El solo hecho de ir bajo tierra le incomodó hasta ponerle nervioso.

Cuando las puertas se abrieron, le dieron paso a un enorme pasillo apenas alumbrado con las luces de emergencia. Una bienvenida perfecta para su estado de ánimo.

Tragó saliva y salió al corredor. A los lados del pasillo leyó hasta 15 salas de autopsias. No quiso pensar en los cadáveres que seguramente había en cada una de ellas. Todas las luces de las salas parecían apagadas. Menos la última, donde un rayo de luz se colaba por el resquicio de la puerta.

Rod no sabía qué hacer. Si llamaba directamente seguramente interrumpiera alguna operación delicada. Igual estaban desmenuzando un hígado o loncheando un cerebro buscando la causa de la muerte.

Solo de imaginarlo sintió nauseas. De pronto la puerta se abrió bruscamente haciendo que el corazón de Rod se detuviera unos instantes por el susto mientras el tipo que salía le miraba espantado mientras daba un alarido de miedo.

Tardaron unos segundos en tranquilizarse. Rod tenía la mano en el pecho intentando controlar los latidos. El tipo le miró a los ojos y rompió en una carcajada.

- ¡Pero cómo se te ocurre esperar tras una puerta en un lugar donde se supone que solo hay cadáveres!!. Me has dado un susto de muerte.

-Yo… lo siento… acabo de llegar en este instante, vi que había luz en la sala pero no me atreví a llamar para no interrumpir nada delicado- explicó un titubeante Rod.

- Bueno, solo hubieras interrumpido una sesión de manicura. Estaba preparando el cadáver para el velatorio.

Rod no quiso mirar dentro de la habitación. Ya estaba lo suficientemente inquieto.

-Estoy buscando al señor Hobbes. La enfermera Austen me ha dicho que le podría encontrar aquí.

-Sí, es el forense Jefe, está haciendo una autopsia. Hoy está muy liado por el accidente del autobús, nos llegan cadáveres a espuertas. Puedes esperarle en su despacho, le diré que quieres verle. ¿Eres familiar?

- No, no… vengo a preguntar por alguien que murió aquí, pero hace muchos años.
-Bien. Se lo diré. Ve a la tercera puerta a la derecha.- El hombre se marchó por el pasillo dejando a Rod todavía alterado por el susto.

Buscó la tercera puerta, e intentó girar el pomo. Éste cedió sin esfuerzo. La puerta se abrió para dejar paso a un pequeño y ordenado despacho en el que una atestada estantería captaba toda la atención.

Una elegante mesa alojaba varios expedientes guardados en carpetas y un ordenador con aspecto de tener tantos años como el hospital y en una vitrina se podían ver diferentes trofeos. Rod no se acercó lo suficiente para leer las inscripciones.

Una foto enmarcada que cubría la pared de su espalda llamó la atención de Rod. Unos cuantos doctores ataviados con sus batas posaban ante una cinta roja. El hospital hacía de fondo de la foto.

1981’ leyó. Debía ser la inauguración del hospital. Lo sabía porque era el año en que murió su padre, y entre otros datos, su madre le había dicho que su padre había estado en las mejores manos, en un hospital recién reformado y equipado con la última tecnología. ‘Que no sirvió de mucho’ pensó Rod.

Unos rasgos suaves y aniñados atrajeron su mirada. Se acercó un poco más para observar mejor. La doctora del pelo largo y rizado le recordaba a alguien. No, no es que le recordara, es que era la viva imagen de Sadie. El parecido era increíble.

Con un creciente nerviosismo Rod analizó exhaustivamente la foto. No podía ser coincidencia. No es que se pareciera a Sadie. Es que era Sadie.

Intentó recordar las explicaciones que ella le había dado en su apartamento. Ella era la que había hecho experimentos con la sangre de su padre. Entre la droga que tenía en ese momento en su cuerpo y la confusión de su mente no le había hecho demasiado caso. ¿Cómo podía ella ser doctora cuando su padre murió? tendría una edad parecida a la de Rod, sería apenas una niña cuando sucedió todo aquello. No podía tener una carrera a sus espaldas y un cargo de forense jefe con apenas seis años. No tenía sentido.

Volvió a mirar con atención a la foto cuando se fijó en su mano. La tenía posada en el antebrazo de un compañero. El mismo chico que había atemorizado a Jaimee en el bar. Recordaba perfectamente su cara, y ahora le estaba viendo allí, en una foto tomada 28 años atrás sin haber envejecido ni un minuto.

La puerta se abrió haciéndole dar un respingo.

- Buenas noches. Soy el doctor Hobbes, ¿en qué puedo ayudarle?

Rod estaba completamente descolocado, apenas recordaba para qué había venido.

-Buenas noches, disculpe que me presente aquí tan tarde y sin avisar. Ha sido todo una coincidencia.

-Sí, bueno, ahórrate los detalles, estoy muy ocupado. Me ha dicho el señor Harrison que querías ver un expediente de hace unos años ¿verdad?

-Sí señor, se trata de mi padre, que murió en este hospital tras…

-Bien, dime el nombre – interrumpió Hobbes sentándose en su mesa – lo buscaré en el archivo. Si ocurrió hace mucho, quizás no esté en el ordenador y no podré ayudarte.

- Patterson. Thomas Patterson.- Dijo Rod dejando atrás su intento de ser afable.

-Patterson… Thomas- murmuró Hobbes mientras tecleaba.- Aquí está, tienes suerte, fue de los primeros informes hechos directamente en ordenador.

Pulsó la opción de imprimir y al momento Rod tuvo entre sus manos al menos 20 folios con datos ininteligibles para él. Echó un rápido vistazo, pero decidió preguntar aún arriesgándose a recibir una respuesta cortante.

-Muchísimas gracias… pero me parece que no entiendo gran cosa de términos médicos… ¿podría por favor traducirme las causas de la muerte al cristiano?

Hobbes le miró desde sus gafas de pasta como si estuviera viendo una incómoda mosca. Miró en la pantalla y fue explicando con la actitud de estar hablando a alguien tonto perdido.

- A ver. Ingresó el 20 de Junio tras un accidente de coche. Encefalograma plano, o sea, actividad mental nula. Importantes traumatismos en tórax, ambas piernas y cráneo. Murió de un ataque al corazón tras múltiples fallos internos a las 03:45 del 28 de Julio de 1981. Le practicó la autopsia la doctora Sadie Wesley encontrando la muerte del todo normal debido a las graves lesiones que el paciente presentaba. Creo que eso es todo. ¿Alguna duda?

Las ganas de propinarle un puñetazo a alguien tan indiferente hacia el dolor de los demás le hizo morderse los labios tan fuerte que casi se hizo sangre.

-Sólo una pregunta. ¿Podría hablar con la doctora Wesley? Pensará que es una tontería, que en el informe está todo, pero me quedaría más tranquilo si hablara con ella.

-Lo siento chico. Sadie dejó este hospital hace 18 años, dejándome a mí como Forense Jefe. Su hija Sadie Cooper pasó por aquí hace unos años para comunicarnos que su madre había muerto de un infarto cerebral. ¿Dónde vive la hija? No tengo ni idea ni me importa demasiado. Googleala, seguro que la encuentras.

Rod decidió hacer una última pregunta.

-Esa doctora, ¿es la que sale en la foto?

Hobbes se levantó del asiento y se dirigió a la fotografía. Por primera vez Rod intuyó algo de emoción en la cara del agrio doctor. Inexplicablemente, decidió dar más detalles de los que Rod hubiera esperado.

-Sí, ésta es Sadie. Fue una gran colega. Inteligente como pocas, poco habladora y muy eficaz en su trabajo. Gracias a sus investigaciones, este hospital fue de los primeros en tratar con éxito algunos casos de leucemia y consiguió hallar el origen y solución de muchas enfermedades relacionadas con infecciones en la sangre. Toda una eminencia. Cuando se marchó lo sentí sinceramente, aunque fuera mi gran oportunidad de ascender…

Sacudió la cabeza para alejar fantasmas del pasado. Y dirigiéndose hacia la puerta invitó a Rod a salir. Éste supo que no le sacaría ni una palabra más, así que, con su taco de folios recién impresos salió de nuevo al pasillo. Ofreció la mano al Doctor que la apretó tan flojo que le dio la sensación de sostener un filete. Rod se dirigió al ascensor con la cabeza bullendo de información.

Salió del hospital, y comenzó a caminar dando vueltas a todo lo que acababa de averiguar. Lo primero y más importante, era que Sadie y el otro chico tenían el mismo aspecto que hacía casi 30 años. ¿Cómo era eso posible? ¿Sería Sadie en realidad hija de la Doctora Wesley como afirmaba Hobbes? Quizás ella había seguido los pasos de su madre y se había atribuido ella lo del experimento solo por no liar más la historia. Sí, eso tenía que ser. Era lo único que tenía sentido.

Pero, ¿y el otro chico? ¿Cómo se explicaba?

Rod iba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de que se estaba adentrando en una calle demasiado poco iluminada. De pronto se detuvo en seco y volvió a sentir que el miedo le invadía. Se dio cuenta de que no se iba a volver a sentir seguro en mucho tiempo. Se dio la vuelta y deshizo el camino casi corriendo.

Odiaba sentirse así.

Se encontró en mitad de la calle. El Hotel Orient Espresso, que brillaba en la acera de enfrente tenía un letrero digital que anunciaba que eran las cinco de la mañana. Conocer este dato le bastó para darse cuenta del sueño que tenía.

No quería volver a su apartamento. No quería encontrarse con Sadie. Miró hacia el hotel y decidió pasar la noche fuera de casa. Allí se sentiría seguro, nadie le vigilaría ni para protegerle ni para atacarle.

***

1981

Sadie se levantó corriendo de la cama, apenas tuvo tiempo para llegar hasta el cuarto de baño y levantar la tapa del inodoro antes de vomitar violentamente.
Desde la inoculación, el malestar de su cuerpo había ido de mal en peor. Notaba como la sangre fluía por sus venas con una fuerza que parecía que iba a hacerlas estallar. Cada latido se hacía insoportable. Dentro de su cabeza escuchaba todos los sonidos que hacía su cuerpo: el estómago al digerir la comida, los músculos al moverse, pero sobre todo, el latido de su corazón. Lo escuchaba tan fuerte que la estaba volviendo loca.

Salió del cuarto de baño apenas aliviada. Se arrastró hasta su cama sin hacer caso a la luz del contestador automático que parpadeaba furiosamente desde hacía días. No tenía fuerzas para enfrentarse a los más que seguros reproches de sus compañeros.
Al amanecer del décimo día, Sadie se despertó y supo que algo había cambiado.

***

Rod se despertó algo desorientado. Las gruesas cortinas marrones apenas dejaban pasar luz. Miró su reloj y se dio cuenta de que había dormido más de diez horas. Se dio una ducha fría para despejarse.

A la luz del día, todo lo ocurrido la noche anterior parecía lejano y absurdo.

Bajó a comer algo. La hora del desayuno había pasado hacía horas. El bar del hotel estaba casi vacío. Se sentó en la mesa del rincón y pidió unos huevos revueltos y un café solo. Una mezcla extraña, pero uno de sus platos favoritos.

Mientras esperaba a que le trajeran la comida, una chica se sentó en la mesa que había justo enfrente de él. Su corazón dio un vuelco. Había algo en su expresión que le recordaba tanto a Jaimee que no pudo evitar quedarse mirando con la boca abierta.

Ella se dio cuenta. Se levantó y se sentó en la silla vacía de la mesa de Rod. Extendiendo su mano dijo:

- Hola, me llamo Anna, tu cara me es familiar, ¿nos conocemos?

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