Prólogo

1981


Sadie tiró la mitad del café por el desagüe. “Allá va… sin duda, el peor café del mundo” pensó. Se estiró las medias y se volvió a calzar los zuecos blancos. Recogió su cabello en un improvisado moño que sujetó con el bolígrafo recién robado de la recepción y salió al largo corredor tenuemente alumbrado con las luces auxiliares.

Le gustaba el turno de noche. No había casi gente deambulando por los pasillos del hospital, y los que había, solían estar tranquilos y concentrados en sus cosas. Nada de griteríos, llantos o ramos de flores más grandes que los portadores buscando la habitación de su familiar.

El hospital olía a nuevo. Llevaba abierto apenas un mes y todavía tenía ese aroma inconfundible de escayola y pintura frescas. Sadie había pedido el traslado atraída por la maquinaria de última generación con que lo habían equipado. Su cargo de Forense Jefe se vería beneficiado por la rapidez de los nuevos métodos de análisis que, gracias a los gigantescos ordenadores , reducirían a prácticamente la mitad el tiempo de espera para obtener los resultados de las pruebas. Ahora tendría los datos necesarios para conocer los motivos de los fallecimientos en un tiempo impensable hacía tan solo unos pocos años.
Sadie deambuló por el pasillo sin tener nada que hacer. No habían ingresado ningún nuevo cadáver en toda la noche y todo el papeleo del turno anterior estaba terminado y entregado. 

Decidió subir a ver a Hayden.

Hayden trabajaba en la tercera planta. Atendía a los pacientes en coma con escasa o nula actividad cerebral a los que los familiares con dinero se negaban a desenchufar de los respiradores que los mantenían con vida. Normalmente pasaban unos pocos meses hasta que por fin se hacían a la idea de que jamás despertarían. Entonces accedían a desconectarlos o incluso a donar los órganos.

Hayden se encargaba de que durante ese tiempo no les faltara suero, respiración asistida, higiene y algo de conversación. Les solía leer las noticias diarias, más por entretenerse él que por pensar que alguno le pudiera oír.

Sadie entró tras llamar suavemente a la puerta. Hayden sonrió al verla. Terminó de rellenar una ficha de ingreso y se levantó. Sus casi dos metros hicieron levantar a Sadie la cabeza para mirarle.

- ¡Hola Hayden! ¿Qué tal va la noche?

-Hola! pues más o menos tranquilo por aquí, se acaban de llevar a Lautner. Siete meses enchufado. No está mal. Además tenemos uno nuevo… ¿Y tú? ¿no tienes a nadie a quien embalsamar?

-Pues hasta ahora todo tranquilo, no tengo aviso de que me vayan a bajar a Lautner. Era el que se cayó escalando un muro ¿verdad?

-Sí, hay que estar un poco tarado....

 - ¿y quién es el nuevo?

- Cama uno. Accidente de coche. Encefalograma plano. No sé porqué le han subido aquí, no creo que dure ni una semana- respondió señalando con la cabeza a la primera cama.

Sadie se acercó. Thomas Patterson según la etiqueta de la cabecera. Un hombre atractivo, de treinta y pocos años. Complexión atlética y con la piel tostada por el sol. Las grandes cicatrices que cruzaban su torso en varias direcciones revelaban que el accidente debía haber sido brutal.

Sadie parpadeó. Siempre le afectaba ver una vida joven truncada de forma irremediable. Sabía que en pocos días, ese hombre estaría tumbado en una de sus camillas, desnudo y con una etiqueta colgando de un dedo del pie.

-¿Has tomado muestras?- le preguntó.

-Claro- respondió él ofreciéndole dos tubos de ensayo.

-Los analizaré con la nueva máquina que llegó ayer. La he instalado y configurado. Creo que nos ayudará mucho en la investigación.- Hayden no pudo evitar sonreír.

-No te das por vencida, ¿eh? Yo empiezo a pensar que no funcionará nunca.- Sadie se rió

-¿Darme por vencida? ¡Ni hablar!. El desánimo y yo no congeniamos. ¡Y siempre salgo ganando! ¿te espero para desayunar en el Cod Cofee?

-¡Claro! Me muero por un café de verdad.

Sadie salió con los dos tubos en el bolsillo y se dirigió a su laboratorio.

Un par de horas más tarde, mordisqueaba la punta de su bolígrafo pensativa. Volvió a mirar por el microscopio intentando descubrir por el método tradicional si lo que le estaba diciendo la máquina era correcto. En todos sus años de experiencia, no había visto una composición de sangre semejante.

La hemoglobina contenía muy pocos glóbulos rojos. Demasiado pocos para un ser humano, y no era una situación anormal provocada por el accidente o una enfermedad reciente. Según su ficha del hospital, su sangre había sido siempre igual, aunque nadie le hubiera prestado atención al dato. Nadie buscaba nada parecido.

Los días que siguieron los pasó observando a Patterson y analizando su sangre prácticamente a diario.

Patterson tenía un organismo de lo más inusual. Todo su cuerpo funcionaba más lento de lo común, la digestión, la oxigenación, e incluso la creación y eliminación de células. Su sangre tardaba en renovarse casi el doble de lo normal.

Sadie prácticamente no Salió de su laboratorio en tres semanas. Llevaba años buscando algo parecido. Había estado dando palos de ciego sin saber muy bien si sus investigaciones darían algún resultado, pero ahora tenía delante algo que le hacía pensar que había esperanza. Que aquella sangre tan inusual podría ayudarles a ser normales de nuevo.

No se atrevía a dar la noticia a sus compañeros. No quería que nadie se hiciera falsas ilusiones, después de dos desengaños anteriores, no diría nada hasta estar completamente segura.
Pero se le acababa el tiempo. La salud de Patterson empeoraba. Tenía que darse prisa en dar el paso o perderían la oportunidad más fiable que habían tenido en años.

Sadie se fue a casa, tomó un largo, caliente y espumoso baño que le hizo relajarse y aclarar las ideas.

Esa noche reunió a sus compañeros en el laboratorio de muestras. Les explicó lo que llevaba todo el mes haciendo, los resultados, sus conclusiones, sus esperanzas. En la cara de sus tres compañeros se reflejaba la emoción de comprender lo que todo aquello significaba.

-Conociéndote sé que no nos lo dirías si no estuvieras completamente segura de que va a funcionar, pero… ¿has pensado en los efectos adversos? ¿en lo que podría pasar si no funciona?- preguntó Archie.

-Por supuesto. He estado pensando, aunque no he conseguido responder a esa duda. No encuentro un motivo para pensar que pueda ser peligroso.

Se giró hacia una mesa que contenía varios tubos de ensayo. He creado este compuesto. En él he mezclado diferentes cantidades de sangre con heparina para ayudar a nuestro cuerpo a asimilar la sangre y mueran el menor número de células posible en el proceso.

Se hizo el silencio. Los cuatro se miraron expectantes. La emoción flotaba en la sala.
Sadie introdujo la aguja de una jeringuilla en el primer tubo, levantó la vista, después la manga de su bata, y acto seguido se inyectó el rojo y viscoso líquido.

***

La tormenta de viento

2009

-¿Qué tal ha ido mamá?

Roderick recibió a su madre con un beso en la mejilla a la salida de la clínica. Sylvia sacó sus gafas de sol para combatir la fotofobia y se agarró del brazo de su hijo.

-Bien. La doctora me ha dicho que estoy estupenda. Pero odio tener las pupilas dilatadas, me dan la sensación de ser una vieja inválida.

La tarde era muy luminosa pese a la abundancia de nubes. Se podía respirar la llegada del verano en cualquier punto de la ciudad. Los pubs habían retirado por fin sus estufas exteriores y los clientes se apiñaban en las terrazas apurando la happy hour. Las ventanas lucían engalanadas con ciclámenes y pensamientos de vivos colores. El césped de los parques estaba repleto de jóvenes tumbados leyendo, sorbiendo un café en vaso de plástico o simplemente en grupo charlando mientras miraban al cielo.

A Rod y Sylvia les gustaba andar. La mesa no estaba reservada hasta una hora después. Justo el tiempo que tardarían en llegar dando un agradable paseo por el centro de Londres.

Una vez a la semana, coincidiendo con el día que Sylvia no daba clase, ella y su hijo pasaban la jornada juntos. Él se desplazaba hasta Richmond, y tras dar cuenta de una buena ración de comida materna, se iban andando hasta los Kew Gardens a pasar la tarde. Solían sentarse en un banco de madera que había bajo un roble centenario. Allí pasaban varias horas leyendo y charlando. Luego cenaban en casa, veían alguna película antigua y Rod pasaba la noche en su viejo cuarto.

Sylvia era consciente de la relación especial que tenía con Roderick. De entre todas sus amigas, era ella la única que mantenía un contacto tan cercano y regular con su hijo. Algunas le acusaban entre risas de no dejar que el pájaro dejara el nido del todo y comentaban que era contraproducente para los dos. En el fondo, ella pensaba que esas críticas veladas escondían un cierto toque de envidia, pero se cuidaba muy mucho de decirlo en voz alta.

En esta ocasión era Sylvia quien se había desplazado al centro para hacerse una revisión ocular rutinaria. Cenarían fuera y sería ella la que pasara la noche en casa de su hijo.
Rod había escogido un restaurante especializado en pescado cercano a su casa. Paul les había hecho la reserva personalmente porque, cómo no, conocía al dueño del local. El camarero les había acomodado en una mesa con un mantel de cuadros blancos y azules y espectaculares vistas al canal que Sylvia lamentó no poder apreciar bien.

- Mmmm, tenía razón el camarero, el lenguado está buenísimo, muy tierno, se me deshace en la boca. Habrá que dejarle una buena propina.

Brindaron con el vino de la casa, un suave blanco muy celebrado por ambos, por los planes de verano.

-Sí, sólo nos falta alquilar un coche. Por lo visto el aeropuerto está bastante lejos de Tarifa. Los apartamentos están a un paso de la playa y nos han dicho en la agencia que en junio el pueblo está aún tranquilo. Las hordas de surfistas europeos no llegan hasta un par de semanas después.

-Te va a encantar, ya verás, el pueblo es idílico y tienen un pescado excelente. Toda la región es espectacular. ¿Vais a hacer excursiones por la zona? Te puedo buscar información si quieres.

-No te preocupes hijo, Maureen se ocupa de todo. Desde que se ha jubilado pasa sus horas en Internet como una adolescente. En realidad nos viene muy bien que ella se encargue, así Maggie y yo nos desentendemos.

El día ya se había ocultado tras el horizonte y unas tenues luces iluminaban el local desde el techo proyectando unas sombras fantasmagóricas sobre las mesas.

-¿Al final te vas en verano o no? - Sylvia llenó los vasos de vino una vez más.

-No, no creo. No te he contado, la Time Out nos ha recomendado en un especial de verano que va a sacar junto con la oficina de turismo británica, por lo que creo que tendremos más follón de lo normal. Ya veremos.

A Sylvia le costaba entender que su hijo viajara solo. Llevaba más de 15 años haciéndolo, y se había recorrido un montón de países, más o menos exóticos, más o menos seguros sin ningún percance serio. Aún así, la soledad de su hijo le preocupaba un poco.

-Con lo guapo que eres, no entiendo esa manía que tienes de irte solo al otro lado del mundo.
Rod generalmente fruncía el ceño cada vez que se hablaba de su belleza, pero viniendo de su madre no podía dejar de escapar una media sonrisa.

-Bien sabes que no soy de las que opinan que un hombre no está completo sin una buena mujer detrás, pero según voy haciéndome mayor echo de menos cada vez más a tu padre. No es fácil envejecer sola.-  Y desvió la mirada hacia el canal.

-Mamá, no digas tonterías. No estás sola. Me tienes a mí. A tu plena disposición además, sin  mujer ni niños que me separen de ti.

-Yo no sé en qué piensan las mujeres de hoy en día dejándote escapar, la verdad.- Añadió en tono burlón zanjando el tema mientras le pedía con gestos la cuenta al camarero.

Al salir del restaurante las nubes se intuían gris plomizo y cargadas de lluvia en la ya casi cerrada noche. El viento comenzó a soplar fuerte agitando las hojas nuevas de los árboles.

Sylvia se agarró aún más fuerte a su hijo con las dos manos para no tropezar y resguardarse un poco del repentino frío. Seguía sin poder enfocar bien los objetos y la falta de luz entorpecía aún más sus movimientos.
Roderick vivía en el último piso de un bloque de cuatro plantas. Lo eligió principalmente por el enorme ventanal que delimitaba el salón en su parte más ancha. No había colgado cortinas ya que la intimidad la tenía asegurada al no haber enfrente ningún edificio así de alto y estar orientado de modo que no le entraba el sol directo en ninguna época del año.

La decoración era mínima más que minimalista. No le había dedicado un tiempo excesivo a vestir la casa. Poseía los muebles justos y necesarios. Un amplísimo sillón granate sobre una gruesa alfombra en tono ceniza era el único toque de color en un salón con paredes color gris claro.

La televisión plana de 50 pulgadas y un potente equipo de música con sus correspondientes altavoces daban el toque de modernidad. A los lados, en la pared, un par de posters enmarcados con las portadas del This is it de The Strokes y el Nevermind de Nirvana. Una mesa blanca con cuatro sillas a juego hacía de frontera entre la zona de estar y la cocina americana, igualmente blanca.

Aún así, la casa resultaba muy confortable y a Sylvia le encantaba sentarse en el sillón y charlar con su hijo mirando el horizonte de tejados y chimeneas londinenses.

-Mamá, ¿por qué crees que echas tanto de menos a Papá justo ahora? – Rod se había quedado inquieto con la anterior revelación de su madre.

-Cumplir años no es fácil hijo. Cada día te levantas con algún achaque. Normalmente son tonterías, pequeños dolorcillos en el cuello que no te dejan girarlo bien durante un par de días, un tirón en el gemelo al estirarte, lapsos tontos de memoria, las articulaciones que empiezan a quejarse de llevar tanta vida haciendo su trabajo…- inconscientemente se llevó la mano a la muñeca y la giró en círculo lentamente mientras seguía mirando al infinito. –Y me planteo situaciones que nunca me habían rondado la cabeza como ¿y si me caigo por las escaleras un día, quién me ayudará?

Rod levantó las cejas con incredulidad.

-Sí, ya sé lo que me vas a decir, pero no puedo evitarlo. Envejecer acompañado no sólo te ayuda en ese aspecto. En un año me jubilo en la universidad. Tendré muchísimo tiempo libre. Todo el tiempo libre del mundo. Estando tu padre podríamos dedicarnos a viajar por el mundo como soñábamos y ver con nuestros propios ojos todos esos sitios de los que sueles hablar. O simplemente disfrutar de los días que nos quedan estando juntos. Perdiendo la memoria juntos. Envejeciendo juntos…

A Rod se le ocurrían mil argumentos para animar a su madre, pero en el fondo entendía lo que quería decir. Mentalmente se propuso incrementar las visitas y los planes de cara al próximo año. Se acercó a ella y la abrazó mientras la besaba en la mejilla.

-Jo mamá, vaya manera más rebuscada de insinuarme que quieres nietos para no aburrirte…

Ambos se rieron a la vez con una carcajada idéntica. La misma risa que había enamorado al padre de Rod 40 años atrás…

A Rod le costó convencer a su madre para que durmiera en su habitación. Era lo más razonable ya que si tuviera que levantarse al baño lo tendría a un paso. De otro modo, en la habitación de invitados debería salir al pasillo para ir al aseo y no le parecía conveniente con la vista como la tenía.

Pasaban unos minutos de la medianoche cuando finalmente se acostaron. Rod se metió bajo las sábanas, apagó la luz y se puso los cascos para oír un concierto acústico que echaban en X-fm. Le encantaba oír música rodeado de silencio y oscuridad. De este modo se podía concentrar en cada nota, cada instrumento, cada giro de voz y ejercía de crítico musical para él mismo.

En mitad de la quinta canción oyó un golpe seco. Pensó que había sido en el plató de la radio. Algún micrófono que se caería al suelo. Algún tropezón de uno de los técnicos. Cosas del directo. Se preguntó si le molestaría al grupo. El cantante tenía fama de ser un déspota perfeccionista.

Unos compases más tarde volvió a oír otro ruido similar. Empezó a dudar que se tratara de algún incidente en la radio. Se levantó los auriculares y en ese momento le pareció oír la puerta de la calle.
No puede ser.

Igual se había dejado alguna ventana abierta y con la corriente se había cerrado de golpe.

Avanzó en la oscuridad hasta la puerta de entrada y vio que estaba perfectamente cerrada. Luego en el salón comprobó que todo estaba en orden.

Pese a estar ya casi convencido de que el ruido debía haber venido de la radio, decidió ir a preguntarle a su madre.

Al asomarse a la habitación la cortina empezó a agitarse bruscamente por la corriente que se acababa de formar entre la ventana abierta y la puerta.

-Mamá ¿estás despierta?- susurró.

El aleteo de la cortina hacía demasiado ruido para que le oyera. La luz de la calle iluminaba intermitentemente el cuarto.

Cuando se disponía a cerrar la puerta se dio cuenta de que la cama estaba vacía. Esperó a que la luz volviera a proyectarse sobre la habitación para cerciorarse antes de entrar del todo. Cerró la ventana y descorrió la cortina del todo.

-Mamá ¿estás aquí? –preguntó dirigiéndose al baño que estaba a oscuras y con la puerta entornada.

Al pegar la oreja a la puerta le pareció oír ruido de agua. Su madre estaría usando el inodoro.

-Perdona mamá, es que oí ruidos y salí a ver si había alguna ventana abierta.

Pero su madre seguía sin contestar.

-¿Mamá? ¿estás bien? ¿entro?

El ruido del agua fue su única respuesta.

-Mamá, voy a entrar, más vale que…

El espectáculo que le esperaba al encender la luz le impidió seguir con su frase.

Sylvia, en camisón, yacía tumbada boca arriba en la bañera. La barbilla contra el pecho, el pelo en la cara, brazos a los lados y el cuerpo sumergido en sangre hasta la cadera.

En apenas un par de segundos pasaron todo tipo de pensamientos por la cabeza de Rod que intentaban justificar la imposibilidad de lo que estaba viendo.

Cuando por fin sus músculos respondieron lo hicieron de forma brusca, aterrizando de rodillas a los pies de la bañera.

Quería gritar para despertarla, pero la garganta no le seguía.

Sin pensar en lo que hacía levantó la cabeza y pudo ver que le brotaba sangre del oído izquierdo. Le llevó los dedos al cuello como había visto en tantas películas sin saber muy bien dónde situar qué dedos de su mano para comprobar el pulso de su madre.

Al no encontrarla pensó en buscarlo en las extremidades, pero al sacar el brazo izquierdo del charco de sangre comprobó que tenía la muñeca completamente partida. La mano le colgaba inerte hacia atrás y la sangre salía a borbotones por la hendidura.

Rod soltó rápidamente el brazo como si le quemara, dio un respingo hacia atrás y empezó a temblar espasmódicamente.

Se dirigió al salón y, de alguna manera, consiguió marcar el teléfono de urgencias.

***
-¡Buenos días! ¿Qué tal se ha dado la noche?

Sadie Cooper lanzó el bolso y la cazadora sobre su mesa de trabajo mientras se dirigía hacia el hervidor de agua para prepararse su primer té de la mañana.

-Creo que deberías echarle un buen vistazo a esto.

Una pálida Jaimee le ofreció una carpeta con un detallado informe médico dentro. Mientras esperaba a que el agua se calentase, comenzó a leer el historial. Su habitual sonrisa fue sustituida por un fruncimiento de ceño.

-¿Desgarro de muñeca? – Sadie entornó los ojos mientras devoraba cada letra del informe en busca de respuestas.

-Llevo toda la noche investigando. Hace 20 días un joven de 34 años ingresa cadáver en el Richmond Royal tras desangrarse en un callejón por un desgarro total de muñeca. La semana pasada el Kingston recibe otro caso igual de un joven de edad similar. En ambos casos se halló el cadáver sobre una alcantarilla que fue la que, según se recoge en los informes, recibió la sangre derramada ya que no se encontraron los cuerpos en el típico charco de sangre.

Jaimee iba entregándole más y más informes a Sadie según hablaba. El nerviosismo con el que se movía y el estado de su mesa reflejaban la agitación de la noche. 

-Y ahora esto. En 25 años nadie muere en Londres por esas circunstancias y ahora en menos de un mes van tres.

A Sadie le recorrió un escalofrío por la espalda mientras echaba su bolsita de té en la taza y le añadía el agua.

-Vaya, veo que no te has aburrido… - al ver el gesto cansado de Jaimee, Sadie se dio cuenta de que su compañera no iba a aceptar ningún toque de humor esa mañana. 

-Vale, pero esta vez no es un joven, es una mujer de… - miró un par de folios para atrás- 64 años. No tiene sentido.

-Tienen que ser ellos. Tienen que haber vuelto, por lo menos uno. No hay otra explicación, pero ¿por qué ahora?

Sadie se sentó perpleja sobre su silla y dedicó unos minutos a leer toda la información recopilada durante la noche. Finalmente tomó una decisión. Lo primero era calmarse. Además, necesitaba tiempo para asimilar la noticia que llevaba tanto tiempo temiendo oír. 

- Bueno, ya sé lo que vamos a hacer. –Jaimee la miró con gesto esperanzado – Tú te vas ahora mismo a casa a dormir un buen rato, yo sigo investigando y esta tarde nos vemos de nuevo y revisamos todo juntas ¿te parece?

Jaimee se resistió de palabra aunque sus pies se arrastraban hacia el perchero mientras hablaba. Estaba exhausta. La creciente tensión la había mantenido perfectamente despierta durante toda la guardia, pero ahora que podía pasar el testigo a Sadie, el sueño y los nervios la invadieron fulminantemente.

-Una cosa antes, ¿está la familia aquí aún? En el informe pone que ella no estaba sola y, al contrario que en los otros dos casos, murió en su casa. Me da que este caso no es más que una desafortunada coincidencia.

-Espero que tengas razón. Sí, me imagino que seguirán por aquí. Ya sabes cómo va la burocracia en este hospital.

-Bien, voy a buscarles. Tú a descansar. Llámame cuando te levantes.

Sadie entró en la sala que le habían indicado. Había dos hombres en ella. Uno, sentado y doblado hacia delante, apoyaba los codos sobre las rodillas y descansaba la cabeza sobre los puños. El otro, de espaldas a la puerta, miraba el amanecer por la ventana.

Al entrar, el chico que estaba sentado se puso de pie como un resorte y se acercó hacia ella con las manos en los bolsillos. Llevaba barba de tres días y el pelo rizado y alborotado, aunque daba la impresión de que esa era su imagen habitual. Sus ojos mostraban la típica tristeza y asombro que Sadie había visto tantas veces antes en tantas personas que pierden a un ser querido de forma repentina.

Esta era la parte más dura de su trabajo. Por lo general intentaba banalizar la situación de duelo y no llevárselo al terreno personal. Pero pese a sus largos años de práctica, no terminaba de quitarse la punzada en el estómago que la acompañaba en estos casos.

Respiró hondo y, con su tono más afable, le preguntó si era el hijo de Sylvia Danner. Negó con la cabeza y dirigió la vista hacia el hombre que seguía de espaldas mirando por la ventana.

Sadie volvió a tomar aire y se dirigió lentamente hacia el hijo. Al llegar a su lado, él siguió inmóvil. Como si estuviera solo en la habitación.

- Sr Danner, siento mucho lo de su madre. – nunca sabía bien qué decir en estos casos. Estaba convencida de que cualquier frase sonaba hueca, a formalismo barato. – Soy Sadie Cooper, médico forense del Hospital. Estoy aquí para agilizar cualquier trámite que quede pendiente y cerrar algunos datos que faltan para que pueda irse a descansar a su casa lo antes posible.

El hijo seguía sin moverse. Si no fuera porque parpadeaba, hubiera parecido una figura sacada del Madame Tussauds. De hecho tenía la apariencia de un actor de Hollywood. Era muy alto, delgado, ancho de hombros, nariz recta y bien proporcionada, ojos claros, mandíbula bien perfilada y pelo oscuro liso cayendo en mechones sobre la frente. Era un chico muy atractivo. Pero con la mirada perdida. Justo como una figura de cera.

Sadie preguntó al acompañante si le habían sedado, pero negó con la cabeza.

-¿Podría ayudarme usted entonces a terminar el papeleo? ¿Puede contarme lo que sabe?

El chico se volvió a sentar en la fila de asientos de la pared y comenzó a hablar de forma atropellada moviendo la cabeza de un lado a otro.

-No sé mucho. Me llamó cuando ya estaba aquí y apenas me dijo el nombre del hospital y que su madre había tenido un accidente. Vine aquí en cuanto pude y sé que habló brevemente con las enfermeras de urgencias, pero desde que yo estoy aquí no ha abierto la boca.

-Entiendo. Veo que la Sra. Danner tenía algo de alcohol en la sangre. No mucho, pero si lo unimos a su edad, la dilatación ocular y al tipo de heridas producidas, la hipótesis de accidente doméstico es totalmente plausible.

El chico asentía de forma automática a todo lo que decía la forense.

-Mmm. ¿El Sr. Danner está por aquí? – Sadie confiaba en poder extraer más información al viudo aunque cada vez estaba más segura de que era una coincidencia.

-¿El Sr. Danner? No entiendo.

-El marido de la víctima. Me gustaría intentar hablar con él.

-Ah. No, no hay Sr Danner. Sylvia no cambió de apellido al casarse. Siempre fue una mujer muy moderna. Su marido, Thomas Patterson, murió hace tiempo. Me temo que no podrá ayudarla.

-¿Thomas Patterson? ¿Ha dicho Thomas Patterson? – Sadie se quedó paralizada.

Claramente no podía ser una desafortunada coincidencia.

***

The Mocking Bird

Desde aquella madrugada aciaga en el hospital, con la única compañía de Paul, Rod no se había parado a pensar que a partir de ese fatídico día era huérfano. Cualquier vínculo familiar cercano había desparecido para él, sin referencias paternas ni fraternales, Rod se sintió más sólo y aislado que nunca.

Su pequeña familia de dos, ahora se había convertido en una familia de uno, y los escasos amigos, consecuencia de un círculo excesivamente cerrado no eran consuelo ninguno. Conocía a cientos de personas sí, gestionar un Pub en Wapping, un sitio  bien ubicado de Londres sin límites de horarios te proporcionaba eso, miles de caras reconocidas, que no reconocibles una vez fuera del espacio físico del Pub.

Los días que siguieron al entierro de su madre fueron los más duros en la vida de Rod, y no por las exequias en sí. La vorágine del funeral, las pompas fúnebres y las últimas voluntades contribuyeron a transformar las horas posteriores a la salida del hospital en una carrera administrativa, fría y sórdida, en la que el duelo y las lágrimas no tenían cabida.

Por este motivo cuando Rod consiguió dejar fluir libremente las lágrimas por la muerte de su madre fue en la soledad de su casa familiar, sentado sobre su cama y rodeado de sus cosas.

Durante varias horas Rod deambuló como un zombi por las distintas estancias de la casa, acariciando casi con reverencia la encimera de la cocina donde tantas comidas de domingo preparó su madre, rodeando con pasos indecisos la butaca junto a la ventana donde ella solía sentarse a leer, esperando que, casi en cualquier momento se abriera la puerta de la casa y ella entrara, como cualquier otro día, con las manos ocupadas en las bolsas del supermercado.

La casa estaba impregnada de la esencia de su madre, y por eso Rod se convenció a sí mismo de que nunca podría vivir en ese lugar de Richmond, que esa no volvería a ser su casa. Su conversación con el abogado de su madre el día del sepelio fue muy breve, tan sólo las frases imprescindibles sobre que la herencia ya estaba en trámite y que pronto recibiría la documentación que necesitase  de su firma.

No quería deshacerse de la casa, pero tampoco podría vivir en ella, aunque quedarse en su modesto apartamento de Limehouse fuera una decisión poco ventajosa económicamente, teniendo en cuenta que vivía de alquiler. Por eso se convenció a sí mismo de que decidir en ese momento qué hacer con la casa no era  urgente, ni importante. Se acumularía más polvo en su corazón probablemente que en los muebles, teniendo en cuenta que la soledad pesaba sobre él como una losa.

Rod sintió de repente pánico al pensar que con el tiempo podría olvidarse de su madre, de su imagen, de su olor, de su voz suave y musical, y volvió a dudar de nuevo sobre si quedarse en Limehouse era la mejor opción. Inhaló aire profundamente y exhaló con la misma convicción, intentando razonar consigo mismo que Richmond estaba demasiado lejos de Wapping, y no podría usar su vieja bici como medio de transporte : una pieza de chatarra de color negro digna de un museo del transporte, pero que perteneció a su padre.

Cuando ya no quedaba más remedio seguir sumergido en el letargo permanente de los últimos días o salir a la superficie, Rod decidió que llevaba bajo su propia pena demasiado tiempo. Después de varios días decidió darse una ducha con el agua lo más caliente que su cuerpo pudiera aguantar, se vistió con ropa cómoda: unos vaqueros desgastados, una camiseta de manga larga gris oscuro y las viejas All Star.

El siguiente paso fue volver a conectar el teléfono móvil, nada más coger cobertura, los pitidos de mensajes y llamadas perdidas se sucedieron durante minutos, en aquel momento Rod comprendió que desconectarse del mundo no había sido muy buena idea. Se deslizó por los diferentes mensajes a toda velocidad, sólo abriendo aquellos que provenían de su entorno más cercano, el último mensaje recibido de Paul era un ultimatum : o volvía al Pub en las próximas horas o él mismo le sacaría de la casa a la fuerza.

Decidió dejar las pertenencias de sus padres sin tocar, sin molestarse siquiera en embalar lo más personal. Tan sólo se llevó el viejo joyero de su madre, que contenía el reloj de su padre y un par de juegos de gemelos. Vació la nevera para evitar que el olor a comida en descomposición llenara la estancia con el paso de los días, y sin mirar atrás, cerró la puerta de la casa de su madre, saliendo a la fría mañana de Londres por primera vez en una semana.

El trayecto en metro entre Richmond y Whitechapel era bastante largo. Una vez allí aún quedaba un transbordo y dos paradas más hasta Wapping, pero a Rod nunca se le había hecho tan interminable hasta ese momento. La mochila con sus escasas pertenencias situadas entre sus pies, y un libro sobre las rodillas que no se molestó en abrir en todo el recorrido. Sólo deseaba llevar cuanto antes a The Mocking Bird, su lugar de trabajo, su refugio, probablemente su único hogar en ese momento.

Con paso rápido ascendió las escaleras que desembocaban en Wapping High Street, se detuvo brevemente en el Starbucks de la esquina con Tench Street, y recorrió los escasos metros que le separaban del Pub.
Cuando abrió la puerta se sintió reconfortado al instante. El familiar olor a cerveza y madera húmeda inundó sus sentidos, y por primera vez en varios días se sintió en casa.

Los taburetes se apilaban sobre la barra, el suelo aún estaba mojado de haber sido fregado recientemente.
Las ventanas orientadas al Thamesis estaban totalmente abiertas, en un intento vano de que el suelo se secase antes. La humedad que entraba por las ventanas hacía prácticamente imposible esta labor, llenando la estancia de un ambiente más frío que la temperatura en grados podría prever.

Al fondo del local divisó un pelo moreno y rizado inconfundible para él. Con camiseta blanca y vaqueros negros desgastados Paul se inclinaba sobre las mesas con una bayeta, limpiando las superficies antes de que los paisanos inundaran el lugar.

Rod dio otro trago a su café doble macchiato y se dirigió a su mejor y casi único amigo:

-Eh, Paul recibí tu último mensaje y aquí estoy, claramente intimidado por tus amenazas– Rod intentó esbozar una sonrisa, aunque sus labios se curvaron más bien en una mueca.

-¡Rod¡– Paul abandonó la bayeta sobre una mesa y con pasos largos y firmes se dirigió hacia él. Le dio una fuerte palmada en la espalda que hizo a Rod tambalearse ligeramente. – No tienes muy buen aspecto, la verdad.

-Bueno, estos días he dormido poco y he comido menos, he sobrevivido a base de cafés básicamente– dijo  Rob mostrando su vaso de café.

-Y aparte de lo obvio- dijo Paul señalando sus ojeras con su dedo índice -, ¿cómo te encuentras?

-Mejor- dijo Rod en un tono un tanto seco. – En camino de la recuperación.

A Paul siempre le exasperó el hermetismo de Rod para sus asuntos personales. Daba igual que se tratase de sus sentimientos por una chica, o un problema económico, Rod era muy poco dado a demostrar sus emociones. Paul había intentado muchas veces romper esa máscara de frialdad e indiferencia, pero nunca lo había conseguido. La mayor parte  de las ocasiones sus intentos habían desembocado en agrias discusiones, que incluso un par de veces habían provocado que dejasen de hablarse durante unos días.

Esta era una circunstancia demasiado incómoda para Paul, dado que tenían que estar en el mismo lugar durante tantas horas todos los días, se había dado por vencido en su intento de penetrar la barrera mental de Rod. Por eso se sorprendió gratamente cuando Roderick continuó hablando, con la mirada en el infinito, situada en algún punto indeterminado sobre el hombro de Paul.

-Durante estos días he estado pensando mucho sobre mi vida sin embargo, tengo 34 años, estoy soltero y sin compromisos, sin ataduras familiares…no sé…-Rod pegó otro sorbo a su café- . Me siento como si estuviera perdiendo todo contacto con lo que he conocido hasta este momento… necesito algo que me ancle a mi realidad un poco más.

-Es normal que estés desorientado, dijo Paul – desgraciadamente las circunstancias de la muerte de tu madre no fueron las que la naturaleza hubiera marcado, sino un accidente que nunca debió haber pasado.

Rod se quedó callado, durante este tiempo también había tenido tiempo para reflexionar en las atípicas circunstancias de la muerte de su madre; desde la extraña herida en la muñeca, totalmente abierta y que originó el horrible flujo de sangre que encontró en la bañera, hasta los ruidos que escuchó durante la noche y que él identificó como una ventana abierta, aunque sabía a ciencia cierta que nunca, en toda su existencia, su madre había dejado ni ventanas ni puertas sin cerrar.

Sabía que su comportamiento en el hospital había sido irregular, incapaz de abrir la boca ante las explicaciones de la forense, preocupado solamente por salir de aquella sala pequeña, sucia y oscura cuanto antes. Sabía también que le harían llegar un informe con la causa de la muerte cuando la autopsia se pudiera hacer pública, pero también intuía que lo que el informe contara no se correspondería en absoluto con el desastre de la muerte de su madre, la sangre, la extraña contorsión de su cuerpo y la mueca de su cara.

Recordaba perfectamente el rostro de su madre, contraído en un gesto claro de temor más que de sorpresa, desde luego no esperado en una muerte ocasionada por un resbalón. Pero hasta este momento no había tenido la entereza mental suficiente para volver a pensar en esto, ni siquiera había sido capaz de volver a entrar en el baño de su madre, aún sabiendo que la policía se había ocupado de limpiar el escenario hasta dejarlo en el estado de un quirófano. Había preferido utilizar el baño al final del pasillo, a pesar de que su cuerpo fuerte y su altura eran  incompatibles con la estrechez de la pequeña ducha del baño de cortesía.

-Eh Rod! – sumido en sus pensamientos le sorprendió escuchar la voz de su amigo. Levantó la mirada y vio lo ojos oscuros y profundos de Paul y su semblante preocupado. -¿Dónde te has ido?

-Recordaba algunas cosas, solamente – contestó Rod – Nada bueno.

Con estas palabras Rod se dio la vuelta y avanzó hacia el fondo del local, hacía la oficina, deteniéndose brevemente junto al pequeño escenario situado contra la pared más alejada de las ventanas.
Paul, preguntó. 

-¿Hoy hay noche musical?- Contempló con ojos ávidos el micrófono y el taburete situados sobre él.

-Sí, como todos los jueves. ¿Piensas actuar?

- No estoy de humor- dijo Rod, sin dejar de pensar en su guitarra, que a buen seguro seguiría en algún lugar de la oficina, abandonada a su suerte por su dueño durante estos días.

-Vamos te vendría bien para despejarte un poco – continuó Paul-, aunque sea un par de temas. ¿Qué te parece que cerremos tú yo cuando ya no quede casi nadie? Parece que hace un siglo que tocamos juntos.

-Ya veremos Paul, te lo agradezco pero estoy tan cansado, no creo que fuera capaz de tocar de memoria ni una sola canción.

-Ya, y no tendrá nada que ver con cierto temor a quedar mal ante mis habilidades musicales?- Preguntó Paul en tono socarrón.

De nuevo Rod intentó sonreir. – Te aseguro que no, no tienes nada que hacer frente a mí.- Y era cierto, el amor de Rod por toda clase de música era prácticamente imbatible, desde cualquier composición clásica a la música más reciente, no había canción que no hubiera escuchado al menos una vez. En el bolsillo de su pantalón nunca faltaban un billete de 10 libras para las emergencias, según le había enseñado su madre, y su ipod.

Cuando alguna circunstancia de la vida se le hacía insoportable, cuando quería aislarse del mundo por un tiempo o cuando el silencio se le hacía pesado sobre los hombros se ponía los auriculares y conectaba su ipod. Tenía listas de reproducción para todos los estados de ánimo : alegre, sereno, triste, melancólico… incluso tenía una lista bajo el nombre de esperanza llena de canciones románticas y empalagosas, que solía escuchar cuando conocía a una chica que le interesaba para algo más que un polvo de una noche.

En los últimos tiempos la lista “esperanza” no había sonado mucho, Rod solía tener cubiertas sus necesidades sexuales, pero empezaba a sentir que se hacía mayor y por tanto cada vez más maniático. Las mujeres con las que entraba en contacto le parecían cada vez más insustanciales, más aburridas, y prefería la soledad a la insulsez, bajo cualquier circunstancia.

Una vez avanzada la tarde, la rutina de servir pintas de cerveza tras la barra permitió a Rod relajar los pensamientos trepidantes de su cabeza, procuró concentrarse en los actos mundanos: coger un vaso limpio, llenar una pinta de Guinnes, pasar la bayeta en la barra… y dejar la mente en blanco, un ejercicio de relajación no intencionado pero claramente eficaz.

Las horas transcurrieron plácidas hasta las diez, hora en la que daba comienzo la noche musical. Algunos habituales de las noches de micro abierto ya se encontraban presentes, con las guitarras a sus pies, charlando entre ellos esperando recibir el orden de actuación. Algunos saludaban a sus conocidos ya sentados en las mesas del fondo, algunas chicas ansiosas miraban con ojos entregados a sus novios cantantes.

Los primeros en actuar solían ser siempre cantautores que subían al escenario con la única compañía de su guitarra, para loar al amor y contar sus miserias. Estos eran los que más indignaban a Rod, no podía evitarlo, para él la música era básicamente liberación, conseguía que su ánimo pasara a ser exultante, pura adrenalina. Sin darse cuenta se agarró fuertemente a la barra, hasta que sus dedos se quedaron blancos con la tensión, su cuerpo le estaba pidiendo música y en ese momento supo, que la noche no llegaría a su fin sin que su guitarra y él tuvieran una breve conversación.

11.30 pm, pensó Rod mirando su reloj, media hora para el cierre. La presencia de paisanos se había reducido al mínimo, como sucedía en todos los días laborables. Rod sintió la electricidad fluir entre sus dedos y la anticipación de subir al escenario a interpretar un par de canciones.  La actividad en la barra era prácticamente nula, por lo que Paul decide que es un buen momento para sacar las baquetas de debajo del mostrador de los whiskeys.

Los primeros acordes de “Come pick me up” de Ryan Adams, fluyeron de las cuerdas de la guitarra de Rod y Paul acompañó las primeras notas con el ritmo suave y cadencioso de la batería. Sin apenas darse cuenta, los versos se deslizaron desde su garganta y abandonaron sus labios contra el micrófono, Rod cerró los ojos y se dejó llevar por la letra:

When they call your name
Will you walk right up
With a smile on your face?
Will you cower in fear?
In your favourite sweater
With an old love letter

I wish you would
I wish you would

Rod levantó la mirada, apenas 15 personas contemplaban su actuación, la mayoría demasiado borrachos como para seguir con interés lo que sucedía en el escenario. Sus ojos se clavaron en la mesa del fondo a la derecha, junto a la ventana, una mujer joven se sentaba sóla. Apenas puede distinguir sus facciones con claridad, el reflejo de la luz y el contraste con la negritud del exterior se lo impedía.

En ese momento Jaimee también miró hacia el escenario, y Rod pudo ver claramente los reflejos de los ojos oscuros que no abandonaban los suyos, la larga melena que se deslizaba sobre los hombros como una cascada, color castaño, liso…. Un gracioso flequillo casi tapaba uno de los ojos, y sus labios finos pero definidos se movían sin llegar a pronunciar en voz alta, siguiendo la canción a la perfección: come pick me up, take me out, fuck me up..

Al terminar la canción Jaimee se levantó y con paso firme se dirigío de vuelta a la barra, Paul tenía intención de levantarse de su asiento detrás de la batería, pero Rod fue más rápido y levantó la madera que separa el mostrador del resto del local antes que él.

-¿Cuánto te debo por una pinta? – preguntó Jaimee con una sonrisa juguetona, la mirada sin abandonar la de Rod en ningún momento, sacando del bolsillo un pequeño gorro de lana que empieza a colocarse mientras espera la contestación.

-Son 2.50 libras- dice Rod, sin abandonar tampoco esos ojos expresivos y muy vivos. Sin poderlo evitar y mientras busca el cambio de un billete de 10 libras, continuó hablando- ¿te gusta Ryan Adams?

-Bueno, no es mi favorito pero tengo que reconocer que la versión que habéis hecho de Wonderwall es casi mejor que la original- Jaimee sonrió, recogió su cambio y extendió su mano derecha. -Me llamo Jaimee, ¿trabajas aquí?

-Si-  el de la batería es mi amigo y socio Paul, yo me llamo Rod- Y estrechó su mano pequeña y cálida entre la suya. -No quiero sonar tópico pero no te había visto antes por aquí… creo yo.

-Me gusta la música en directo, y una amiga me comentó que todos los jueves tenéis actuaciones. En cualquier caso he venido por casualidad, salí del trabajo muy tarde y lo único que me apetecía de verdad era irme a casa.

-Bueno, me alegro de tu decisión, ¿puedo invitarte a algo más?

Jaimee sonrió con más intensidad, mostrando al hacerlo sus dientes blancos y perfectos 

-¿Estás intentando ligar conmigo?

Rod bajó la mirada por primera vez desde el comienzo de su conversación

- No, en absoluto. Sólo pretendía ser amable.

-Una pena entonces, contestó Jaimee, rozando ligeramente con sus dedos la mano de Rod, una caricia ligera, casi imperceptible. – Nos veremos por aquí…

Jaimee se dio la vuelta y salió a la húmeda noche de Londres, satisfecha consigo misma. Entablar un contacto casual con Rod había sido más fácil de lo esperado. ¿Quién hubiera imaginado que su cultura musical le iba a ser de tanta utilidad?.

Continuó caminando calle abajo en dirección al metro, sin dejar de pensar en su conversación con Sadie. Su trabajo iba a ser más placentero de lo esperado, y se dio cuenta de ello en el momento que comprendió que el largo y oscuro flequillo de Rod se le había quedado impregnado en la memoria, eso y sus dedos largos y finos mientras se deslizaban grácilmente por el mástil de la guitarra.