Mellizos

Sadie estaba exhausta. Llevaba varios días sin pasar por su casa. Su cabeza era un hervidero de problemas sin resolver, de preguntas abiertas, de propuestas dudosas. El estrés la inundaba de punta a punta de su cuerpo y no le dejaba pensar con la claridad y sangre fría a la que estaba acostumbrada. Este trasiego le impedía pararse a lamentar la pérdida de su amiga. No es que no la echara de menos. Al revés, sin su ayuda en la vigilancia le faltaban horas del día para hacer hasta lo puramente imprescindible. Pero si había algo que los años le habían regalado con su exorable paso, era a sobreponerse de la pérdida de seres queridos. Jaimee sería otra parte de ella misma que faltaba y de la que se acordaría hasta el resto de sus noches. Otra abolladura en su coraza.
Asumir que sería testigo de la muerte de todos sus conocidos no fue fácil. La primera vez que perdió a alguien cercano fue a su padre. Dadas las circunstancias, ya se había despedido de él varios años antes, pero, al igual que con el resto de sus seres cercanos , estaba al corriente de su vida y con cierta regularidad se colaba de noche  en su antigua casa por la puerta de atrás para subir a verle dormir. El dolor de la separación se mitigaba con estas pequeñas escapadas y con la certeza de poder verle siempre que ella quisiera.
Tras varios años infiltrándose en esa y otras casas, era una maestra moviéndose en silencio y encontrando puntos débiles por donde entrar. Gran parte de su éxito se debía a un exceso de celo y prudencia. “En caso de duda, no se hace” y “minimización extrema del riesgo”, eran sus lemas.
Pero una noche llegó a su casa y encontró a su padre plácidamente recostado y muerto frente a la tele. La Sadie profesional y racional sabía que no había sufrido, que debía alegrarse por ello y abandonar el lugar discretamente. Pero su parte pasional e indomable se adueñó de sus actos y saltándose todas sus normas se acercó a su progenitor y le intentó practicar un masaje cardiorespiratorio de resurrección pese a saber de antemano por el evidente rigor mortis que aquello iba a ser un acto inútil.
De golpe fue consciente de lo que significaba ser como era. Y esa certeza le golpeó el corazón de forma fulminante. Dos días estuvo encerrada en su casa con el cuerpo sin dejar de llorar y con la determinación de encontrar la forma más eficaz de acabar con su vida. Aún así, no fue capaz de llevar a cabo ninguna de las miles de ideas que le cruzaron la mente como corrientes eléctricas. No era por falta de valor. O quizás sí. Varias veces lo preparó pero cuando empezaba a sentir el dolor del comienzo del fin se echaba para atrás. Sentía repulsión por ella misma. Por su cobardía. Por su condición.
A la tercera mañana, Florence, la amable vecina y amiga de la familia desde sus primeros días en el barrio, decidió que ya no se contentaba con aporrear varias veces al día la puerta y no recibir respuesta. En esta ocasión llamó también pero avisando de que iba a usar la llave que tenía para urgencias porque estaba preocupada. A Sadie le dio el tiempo justo de esconderse en la alacena y una vez allí, al verse rodeada de los tarros de confitura que su padre preparaba con tanta dedicación con los frutos que recogía de su jardín, ahogó su grito de desesperación y sus últimas lágrimas contra la palma de la mano.
Nunca supo cómo consiguió salir de ahí sin ser vista. Había dejado innumerables pruebas de que su presencia, pero aquello era lo que menos le importaba en aquel momento.
Aquel fue su rito de asunción de su condición, o RAC como se llama técnicamente en el mundillo. Todos los que son como ella lo pasan. Antes que después. Es un paso amargo y durísimo que hay que superar. Pero que te ayuda con las siguientes muertes. Algunos incluso consiguen relativizarlas por completo. Sadie tenía fama de mantener demasiado las distancias con la gente. Pero sólo ella sabía que era una manera de autoprotegerse. Intentaba no tomar demasiado cariño a ningún mortal para no sufrir al verles envejecer y morir. No había conseguido banalizar aún las pérdidas porque era joven, pero los mayores tenían razón, cada nueva muerte dolía un poco menos que la anterior. Aunque eso no significaba que no les echara de menos.
Como a Jaimee.
Pero precisamente por ella, tenía que seguir adelante y hacer que su muerte no fuera en vano.
Así que después de que Rod les echara de malas maneras del pub, se había colocado una de sus pelucas, sus gafas de pasta ancha y había estado siguiéndole desde que abandonara su lugar de trabajo.
Su disfraz era muy discreto. Su largo y extremadamente liso pelo castaño que tantas miradas atraía se escondía bajo una melena media de corte anodino color rubio apagado. Las gafas conseguían llamar la atención lo justo, de manera que cuando la miraban, no se fijaban en sus ojos y su expresión, sino en la montura. Ropa de segunda mano algo ancha y colores apagados de alguna charity shop completaban el insulso atuendo. Era una experta en no llamar la atención. En conseguir ser prácticamente invisible. Llevaba varios años usando este tipo de camuflaje, actualizando el corte en función de la moda y ayudándose del Evening Standard diario con tal éxito que en numerosas ocasiones había incluso sucumbido a la tentación de sentarse en el metro al lado de la persona a la que seguía (siempre algún pariente o amigo)  para recordar el olor que desprendía sin haber sido descubierta hasta la fecha.
Esa mañana, en una mesa al otro lado de la cafetería del hotel y con Rod de espaldas, las preguntas se agolpaban en su cerebro. ¿Y si todo el esfuerzo y la vida de Jaimee no era un peaje excesivo? ¿Por qué no dejar a Archie y a Hayden que cogieran su sangre? ¿Por qué valía más la vida de un desconocido y Jaimee que la de sus dos ex compañeros? ¿Y si resultaba herida? El otro día había tenido suerte pero sabía que en un enfrentamiento con ellos no tenía nada que hacer. Además, no podía seguir a Patterson eternamente. Ella podría desentenderse del caso y seguir tranquila con su vida y sus investigaciones. Eso sí que era una tarea trascendente e importante si llegaban a fructificar sus experimentos. 
Por otro lado, sabía que cada una de las muertes que sus ex compañeros habían cometido eran culpa suya también. Todos estos años no había podido o querido intervenir en el asunto por la dificultad de dar con ellos y porque los casos se perdían por toda la geografía del mundo. Archie, Anna y Hayden tenían un patrón común, siempre partían la muñeca para poder alimentarse más rápido. Su nuevo estado les había hecho además de poderosos, ansiosos.
Ahora se le presentaba la ocasión de poner punto y final a todo ese reguero de asesinatos absurdos que se iban acumulando sobre los hombros de Sadie. Lo que le aterraba era la casi certeza de saber que la única forma de pararlo era curándoles. Si es que eso era posible. Que lo dudaba o más bien desconocía cómo . O matándoles. Pero eso no iba con su forma de ser.
Estaba en un callejón sin salida. Y sin ideas.
Además, seguía sin saber para qué exactamente necesitaban la sangre de Patterson. El que se estuvieran tomando tantas molestias en lugar de atacarle directamente y sin más miramientos le hacía pensar que le necesitaban entero. Pero ¿por qué? Eso sólo lo averiguaría hablando con Hayden. Apelaría a su antigua relación para poder entablar una conversación. Y sólo daría con él si era la sombra del músico.
Eso era lo único que se le ocurría por ahora.
Pero sus errantes pensamientos se evaporaron en el momento en que reconoció a la mujer que se acercaba a hablar con Patterson. No era posible. Era ella. También había vuelto. Y la razón por la que le seguían tenía que ser muy poderosa para congregarles en Londres de nuevo a los tres a la vez.
Anna no paraba de sonreír y tocarse el pelo en una actitud claramente de seducción. Llevaba un estrechísimo vestido rojo abotonado de escote generoso que le daba un aspecto de donna italiana. Su aspecto de femme fatale se había agudizado con los años. Era una experta cazadora, sin duda. Cada gesto la describía como tal.
La forense no podía ver la cara de Patterson pero notaba que la rigidez inicial de sus músculos y espalda se había relajado en cierta medida. Ya no estaba a la defensiva.
¿Qué le estaría contando? ¿Qué planeaba? Sadie se arrepintió un millón de veces de haberse sentado tan alejada y no poder escuchar la conversación. Pensó en cambiarse de mesa pero sabía que se arriesgaba a ser descubierta por ambos y eso era algo que no podía permitirse.
En un momento dado, Anna abrió su bolso y extrajo una tarjeta de su monedero. Se puso de pie, se volvieron a dar la mano y le despidió con un coqueto “hablamos”.
Rod se tocó la herida de la cabeza distraídamente mientras releía la tarjeta y se quedó pensativo un rato. Finalmente pagó su consumición y abandonó el hotel rumbo al metro seguido por una chica con expresión confundida bajo sus gafas de pasta.
***
Una vez que comprobó que Patterson entraba en el pub, Sadie salió corriendo de nuevo en dirección al metro. Necesitaba sacar al menos media hora para ir a ver Victor. Le había llamado por teléfono y la esperaba en su casa. No le gustaban las visitas fugaces por necesidad, pero no tenía otra opción.
Victor la recibió con una ancha sonrisa y un cálido abrazo. Era justo lo que necesitaba tras los últimos acontecimientos vividos.
20 minutos más tarde sonó el móvil.
- ¿Tienes que cogerlo? – preguntó Victor arrugando el gesto.
Al ver cómo Sadie presionaba el botón verde se dio por contestado.
- Hola Jude, dime.
- Hayden está en la residencia. Acaba de entrar hace un momento.
- ¡Justo lo que necesito! – dijo mientras se ponía de pie de un salto. – Estaré allí en… unos 20 minutos. Cojo un taxi.
- ¿Quieres que vaya contigo? Estoy liado ahora pero podría buscarme una excusa.
- No, tranquilo, Hayden nunca me haría daño. Gracias Jude. Por cierto, he visto a Anna.
Sadie le fue contando la historia por teléfono mientras se despidió de Víctor, bajó a la calle, paró un taxi y puso rumbo a Regent's Park.
Greenwoods Place era una exclusiva residencia para personas mayores que no podían valerse por ellas mismas.
El enorme complejo lo componían dos edificios georgianos de ladrillo rojo con grandes ventanales alargados. El primer inmueble tenía sólo dos alturas y alojaba los despachos de la dirección y personal administrativo, la recepción y un gran salón de techos altos e innumerables mesitas de té con faldones donde se recibía a las visitas.
Detrás, el edificio principal le escoltaba. Tenía cuatro plantas y era prácticamente el doble de grande. La planta sótano albergaba las zonas de rehabilitación, gimnasio, piscina cubierta, médico, y peluquería. En la planta baja se extendía un enorme comedor y varias salas de entretenimiento y terapias ocupacionales. Hacia arriba, las amplias y luminosas habitaciones individuales adaptadas a la movilidad reducida de la mayoría de sus ocupantes se desplegaban a lo largo de un ancho pasillo.
Lo que más llamaba la atención eran sus jardines. Verdes, frondosos y cuidados al detalle, con gran variedad de flores y arbustos plantados con un gusto impecable y mantenidos con esmero por un grupo de devotos jardineros con la colaboración de algún interno. Caminos marcados sobre placas de pizarra te invitaban a recorrer el vasto terreno y a perderte entre la lozanía  de la espesura interrumpidos regularmente por el correteo de las rojas ardillas del lugar.
Sadie recorrió con familiaridad el camino desde la puerta de forja hasta la recepción.
-Buenas tardes. Vengo a ver a Marion Wilder, soy Sadie Cooper.
Una amable administrativa la invitó a sentarse mientras consultaba la base de datos para verificar si estaba en la lista autorizada de visitas.
- Sadie Cooper, sí. Aquí está. Marion se pondrá muy contenta, su sobrino ha venido también a pasar la tarde con ella. Si me espera un momento llamo al edificio principal para averiguar dónde está en este momento.
- No se preocupe, se lo agradezco, ya les busco yo.
Y colgándose la tarjeta que la identificaba como visitante, salió rápidamente hacia los jardines.
Sabía que encontraría a Marion en el quiosco de música del jardín. Era el lugar donde siempre pedía que la llevaran a ver pasar sus horas muertas cuando el tiempo lo permitía, y esa tarde tenía la temperatura perfecta para no encerrarse entre cuatro paredes. Un resquicio de remordimiento rondaba a Sadie ya que hacía varios meses que no visitaba a su vieja amiga. No sabía qué le ponía más nerviosa, si el encuentro con Hayden o comprobar el nivel de deterioro de la enferma. El alzheimer tiene un ritmo impredecible y es además una enfermedad especialmente cruel con los que rodean a la persona que lo sufre.
Tal y como preveía, los mellizos se encontraban en el idílico lugar donde algunas tardes de verano un pequeño cuarteto tocaba jazz para gran disfrute de los internos.
Marion estaba ausente sobre su silla de ruedas. Hayden, a su lado, la tenía cogida de la mano y su mirada desprendía dolor y tristeza.
Tardó unos segundos en reaccionar ante la nueva visita y cuando lo hizo se levantó y se abrazó a Sadie llorando en silencio .
Cuando Hayden recobró la compostura se secó los ojos con el dorso de la mano, se sentó y volvió a coger a su hermana de la mano.
-No me conoce. No sabe quién soy.
Sadie optó por dejarle hablar. Sabía que no podía decirle nada que le pudiera consolar en ese momento.
- La última vez que vine fue hace unos seis años. Acababa de trasladarse aquí por voluntad propia y parecía tenerlo todo bajo control. Estaba decidida a hacer todo lo posible para retardar el avance de su enfermedad y se sentía confiada por su futuro. Mi hermana siempre ha sido una mujer muy optimista. Aún cuando se enteró de lo mío, fue ella la que más me apoyó y trató de ayudarme, pese a que sé que para ella fue durísimo también.
Hayden observaba a su ausente hermana con la esperanza de que en cualquier momento reencontrara su camino a la realidad y lanzara esa sonrisa que tanto había echado de menos.
- Pero el tiempo pasa más rápido de lo que pensamos. He dejado pasar los meses y me contentaba con hablar con ella o con su médico por teléfono. Me advirtieron de que había empeorado, pero una cosa es oírlo y otra verlo con tus propios ojos.
Su voz volvió a convertirse en un hilo. Sorbió la nariz y se volvió a levantar para inmediatamente dar un puñetazo a una de las columnas.
- ¡Todo es una mierda! ¡Odio esto! ¡No puedo más!
Sadie intentaba sin éxito no contagiarse de la desesperación de su amigo.
- Tranquilízate, intenta relajarte. Ven. – Y cogiéndole suavemente de los hombros le invitó a sentarse.
- Piensa que tu hermana tiene suerte de tenerte en plena forma para acompañarla en lo que le quede de estar con nosotros. No eres ningún anciano achacoso que no puede permitirse visitarla porque no puede ni moverse. Marion recibirá tu cariño hasta su último aliento. No tienes por qué irte de nuevo. Ya ha pasado suficiente tiempo, seguro que puedes controlarte mejor y asentarte en un sitio más permanentemente.
Los cristalinos ojos azules de Hayden se levantaron hacia Sadie mientras negaba con la cabeza.
- No, qué va. No tienes ni idea. No sabes lo que es esto. Y además, no me queda todo el tiempo que crees.
- No entiendo.
- Claro que no entiendes. Sads, nos debilitamos - su semblante era aún más serio y derrotado según hablaba. - El efecto se está pasando. Nos estamos muriendo poco a poco.
Sadie no podía entender qué tipo de broma macabra le podía estar gastando en aquel lugar tan poco apropiado para el humor. Estrechó los ojos inquisitoriamente.
- Eso es imposible.
- No. Estamos perdiendo poco a poco todo lo extraordinario que ganamos tras las inoculaciones.
- Pero eso no quiere decir que estéis muriendo. No digas tonterías. Tú nunca fuiste tan derrotista. ¿Es Archie el que te mete estas cosas en la cabeza?
- No, aunque él es el que más lo está notando, claro. Mira Sadie, hemos hecho muchas cosas malas estos años atrás. Muchas. El poder te hace no ver las cosas con su justa perspectiva. Nos convertimos en seres primarios. Nuestras necesidades básicas tenían que ser saciadas de forma inmediata. El fin justificaba los medios. Hemos hecho daño indiscriminado a muchas personas y tenemos una gran cantidad de enemigos que estarán más que encantados de vengarse en cuanto tengan la más mínima posibilidad. Si la pérdida de “poderes” no acaba biológicamente con el resto del cuerpo, que es lo que parece, lo harán físicamente otros. Necesitamos que nos vuelvas a inocular. Necesitamos la sangre de Patterson de nuevo. Tienes que ayudarnos Sads, necesitamos que vuelvas a cometer el error de tu vida, como solías llamarlo.
De repente algo hizo clic en la cabeza de Sadie. Ahora lo entendía todo. Las piezas encajaban. Durante una milésima de segundo se sintió aliviada y le pareció hasta que volvía a respirar livianamente.
Pero la milésima pasó rápidamente. Y el fardo en el estómago volvió.
- Estáis locos. No sabéis si volvería a funcionar. La sangre del padre no es exactamente igual que la del hijo.
- Su composición es muy parecida a la del padre. Archie tuvo acceso a unas analíticas del hijo y dice que hay altas posibilidades. De todos modos tenemos que intentarlo, es nuestra única opción de sobrevivir.
Sadie intentó guardar la calma mientras analizaba toda la información que acababa de recibir.
- ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Me pides que sacrifique a un humano para continuar la estela de crímenes que tres asesinos cometen sin remordimiento alguno. Eso me hace cómplice de cada persona que matáis.
- No te lo tomes a mal, pero tú ya eres cómplice.
- ¡Pues más a mi favor! Ahora que está en mi mano parar todo esto ¿me pides que lo continúe?
- Escúchame. Archie lo va a hacer contigo o por encima de ti. Y por encima de ti me refiero a que le importa tu vida lo mismo que las del resto de personas que le rodean. Es decir, nada. Con tu colaboración será más rápido, y para nosotros el tiempo corre en nuestra contra. Pero sin ti también lo intentaremos. No tenemos otra opción. Tienes que entenderlo. Yo no quiero que te pase nada, pero Archie es incontrolable. Lo sabes tú bien. No le para nadie.
- Eso ya lo veremos. - Sadie se puso de pie. Le bullía la cabeza. – No te deseo ningún mal y no hay día que no lamente profundamente lo que hice y las consecuencias que tuvo. Hay que encontrar una solución para vosotros sin que os llevéis a más gente por delante. No sé cuál, pero la encontraré. Espero contar con tu ayuda. Dame tiempo, por favor, sólo te pido eso. Tiempo.
Hayden bajó la mirada al suelo.
- Archie es incontrolable y suele actuar por su cuenta. No te prometo nada, pero haré lo que pueda.
Sadie se acercó a Marion, que seguía con la vista perdida en algún lugar muy, muy lejano  a Londres. Le dio un beso en la mejilla y le acarició el blanco pelo.
Cuando se disponía a descender los escalones del quiosco de música Hayden la detuvo cogiéndola del brazo.
- Gracias por cuidar de mi hermana.
Con un gesto afirmativo la forense contestó y abandonó el recinto rápidamente.
Más de una hora después, extenuada de nuevo, Sadie entraba en The Mocking Bird dispuesta a prevenir a Rod sobre Anna. No tenía grandes esperanzas en que la creyera y seguramente la echara del local por segunda vez pero tenía que ponerle al menos en guardia.
El pub rebosaba de vida. En ese momento no había nadie tocando y la música programada desde el ordenador de detrás de la barra inundaba el lugar a un volumen que seguía permitiendo la conversación, algo de lo que los dueños se jactaban a menudo. Tras recorrer varias veces el recinto y la terraza y cerciorarse de que Rod no estaba ahí, se dirigió con determinación al despacho. Al abrir la puerta sorprendió a Paul revisando unas facturas. No pareció reconocerla, para alivio de Sadie.
- Sí, hola ¿querías algo?
- Estoy buscando a Patte..., a Roderick.
- ¿A Roderick? – Paul levantó una ceja al oír el nombre completo de su amigo. Nadie excepto su madre le llamaba así. Observó detenidamente la cara de la chica intentando ubicarla en la vida de Rod.
- Sí, había quedado con él aquí. No le veo – explicó intentando sonar lo más mohína posible.
- Está grabando, volverá ya tarde. ¿Le digo algo? ¿Tú eres…?
- ¿Grabando? ¿Dónde? ¿Y eso? – No recordaba haber escuchado ninguna conversación al respecto. La noticia la pilló totalmente desprevenida.
- No sé, por Abbey Road, creo. No te enfades con él. Ha sido de repente, se encontró con una conocida que se había quedado sin pianista para finalizar una sesión y se fue para allá. Seguro que te llama en cuanto pueda. – Paul intentaba claramente dejar bien a su amigo.
- ¡Anna! - Sadie no se podía creer lo torpe que había estado dejando solo a Patterson tras la visita de su ex compañera. Estaba claro que algo tramaba y le había dejado que se introdujera solo en la boca del lobo. ¿Es que no podían darle un respiro? Un estado de nervios incontrolables empezó a apoderarse de Sadie.
Acercándose demasiado a Paul le inquirió: - Tienes que decirme exactamente a dónde ha ido Patterson y cuándo salió.
En ese momento cayó en la cuenta de quién era ella.
- ¡Ah! ¡tú eres la loca que persigue a Rod!
Sadie suspiró resignada.
No era la primera vez que la tildaban de loca. De hecho, eso sonaba hasta infantil comparado con otros adjetivos que habían usado en el pasado para describirla, siendo “engendro” uno de los más suaves.
- Perdón, perdona, no quería decir eso. – añadió disculpándose.
Sadie no tenía tiempo para excusas.
- ¡Dime dónde está Patterson!
En esta ocasión levantó el tono más de lo deseado inicialmente, lo cual asustó a su interlocutor y consiguió que la invitara amablemente a abandonar el despacho cerrando la puerta en sus narices y amenazando con llamar a la policía o al manicomio si no se iba en cinco minutos.
Eso es, a la policía. Pensó Sadie. Y mientras se dirigía de nuevo al metro llamó a Jude.
- Gahan.
- Hola, ¿puedes localizar geográficamente un teléfono móvil?
- Mmm, si está encendido sí. No es fácil ni rápido pero se puede. ¿Rod?
- Sí. Por favor, es muy muy importante. Está por la zona de Abbey Road. Llámame en cuanto sepas algo. Entro al metro pero estaré pendiente. Gracias Jude.
El trayecto en metro le proporcionó unos bien recibidos minutos de tranquilidad. Ella, tan metódica siempre, tan templada, llevaba mal estos días de tanta actividad. No podía evitar preocuparse por todos. Por aquel chico con toda la vida por delante al que apenas conocía pero que intuía era una buena persona y no se merecía ser mártir de ninguna causa ajena a él. Por Hayden, su antiguo amigo, su antiguo compañero, aquel que siempre conseguía arrancarle una sonrisa pasara lo que pasara. Pese a sufrir las consecuencias de su error en menor medida que los otros, tuvo que huir igualmente dejando atrás toda su rutina y su entorno cegado por su nueva condición. Por Marion, que era arrastrada por su cruel enfermedad. Por Jude, leal como pocos, al que acabaría por meterle en un lío por pedirle constantemente su ayuda al margen de los procedimientos habituales. Incluso por Archie y Anna, pese a lo monstruoso de su ser, a sus crímenes indiscriminados y a su prepotencia, porque ella estaba detrás de todo aquello y porque pese a sus décadas de investigación, seguía sin terminar de entender el proceso que les convirtió en lo que son y sin poder revertir el proceso.
Tampoco entendía muy bien lo que le había contado Hayden. ¿Cómo podía ser que se estuvieran debilitando? No había considerado nunca la posibilidad de que la transformación fuera temporal. Y aunque lo hubiera pensado, jamás hubiera imaginado que además de perder lo adquirido en el experimento, esa pérdida se estuviera llevando por delante un cuerpo sano. Sano dentro de los extraordinarios parámetros de su condición, claro.
Nada más salir del metro le sonó el aviso de mensaje en el buzón de voz.
“Sadie, Regents Mews 4. Si en una hora no me has llamado, voy para allá. Ten cuidado."
Jude vale su peso en oro, pensaba Sadie mientras se orientaba en el plano zonal que colgaba en la estación de St. John’s Wood.
Siguiendo la tónica habitual de los últimos acontecimientos, Sadie no tenía ningún plan previsto. No le gustaba improvisar en absoluto pero no tenía tiempo para pararse a preparar nada. Patterson podía estar ya muerto. Y sólo pensar en esa posibilidad le revolvía el estómago.
Se decantó por lo más obvio. Y quizás lo más estúpido también. Pero tenía que entrar en la casa y a ella le resultaba especialmente complicado si no conocía a sus habitantes.
Llamó a la puerta.
Deseaba con todas sus fuerzas que realmente detrás de esa fachada se escondiera un estudio de grabación. Que Patterson estuviera felizmente entregado a las teclas de un piano y al verla estallara en cólera por seguirle, la llamara loca de nuevo y amenazara con denunciarla a la policía. Cualquier cosa por que estuviera aún vivo.
La peculiar y altiva sonrisa de Anna al abrir tiró por tierra su fantasía. Esta vez iba “disfrazada” de ejecutiva explosiva. Llevaba una estrecha camisa blanca remangada en un par de vueltas y desabotonada estratégicamente, falda gris de tubo hasta debajo de sus estilizadas rodillas y altísimos y finísimos peep-toes . Para rematar, unas gafas de pasta. Seguía siendo la misma reina del carnaval que antaño. Sadie al recordarlo esbozó una sonrisa para ella misma.
Las dos se quedaron unos segundos analizándose de arriba abajo hasta que Anna rompió el silencio.
- Imagino que te manda Archie. Puedes pasar, no te quedes ahí. Adelante.
Sadie atravesó el umbral sin terminar de creerse su suerte y la acompañó hasta la sala del fondo. La casa claramente no era un estudio, sino más bien el hogar de una pareja mayor con muchos hijos y nietos, a juzgar por las decenas de fotos que abarrotaban las paredes de llamativo papel floreado.
Mientras estudiaba el entorno, intentó hacerse una composición de lugar y pensar en alguna coartada que explicara su visita pero al llegar al salón y ver a Roderick sentado en el sillón tapizado con más flores, con cinta americana uniendo sus tobillos, muñecas y labios se quedó con la mente en blanco.
El músico abrió los ojos todo lo que pudo al verla entrar y empezó a gritar bajo su mordaza. Lógicamente se pensaba que estaba en el ajo. Tenía que conseguir que confiara en ella pero antes tenía que poder desatarle y eso no iba a ser nada fácil ya que Anna era bastante más fuerte que ella. ¿O quizás ya no? Sadie se dejó la duda guardada para tenerla en cuenta más adelante.
- Cuánto tiempo ¿verdad? ¿Quieres tomar un té o algo antes de entrar en materia?
La pregunta le iba a brindar la oportunidad de quedarse a solas con Patterson así que pese a que tenía más ganas de vomitar por los nervios que otra cosa, aceptó un té con una nube de leche.
Cuando se hubo cerciorado de que Anna estaba en la cocina, se acercó a él, le susurró “confía en mí, trataré de sacarte de aquí" y le regaló la sonrisa más tranquilizadora que pudo inventarse. Algún efecto tuvo que tener en él porque dejó de temblar momentáneamente y sus ojos transmitieron un mensaje de súplica que conmovió profundamente a Sadie.
“Tranquilo” le indicó ella con la mano.
Anna llegó un instante después con una bandeja y una antigua tetera a juego con un par de tazas y platos.
- Nunca he entendido por qué los viejos se aferran tanto a sus antiguallas. Con las vajillas tan modernas que hay ahora.
- ¿Dónde están ahora los dueños? – Sadie se imaginaba la respuesta pero tenía que cerciorarse.
- Ay cariño, dónde van a estar, descansando. En paz, claro. – Anna se rió teatralmente de su propio chiste.
Rod gimoteó de miedo ante el comentario.
-Menudo ejemplar que hemos cogido para el nuevo experimento ¿eh Sadie? Vaya suerte – Y dejando su taza sobre la mesa se acercó en actitud seductora al prisionero. Se sentó de lado sobre sus piernas y le empezó a acariciar en la barbilla. Rod apretaba los ojos fuertemente para no ver la escena- Tendré que hablar con Archie a ver si me deja enseñarle a este muñequito un par o tres de cositas sobre la vida antes de que se despida de ella. Sería un insulto no sacarle provecho. – Y con el brazo se trajo la cabeza hasta su pecho. - Si quieres compartimos...
Sadie se bebió de trago su té  para ver si le calmaba las nauseas. Tenía unas ganas terribles de estampar a esa buscona contra la pared. O hacía algo con sus manos o éstas saldrían disparadas a su cuello.
Rod comenzó a sollozar levemente. Estaba aterrado. Sadie tenía que hacer algo, pero sólo tenía ganas de provocarle una muerte instantánea y dolorosa a Anna, situación no muy realista dada la diferencia de fuerza entre ambas.
Si Hayden tenía razón, Anna tenía que estar más débil de lo normal. Era la única carta que tenía para jugar en ese momento. Tenía que averiguarlo.
- ¿Cómo te encuentras?
- Más guapa que nunca, cielo. Qué preguntas haces. - Anna seguía tan engreída y superficial como siempre. Al ver que no le reía la gracia continuó. – Una tiene muchos años ya y sabe arreglárselas perfectamente. ¿No dicen aquello de más vale maña que fuerza? - Y le guiñó el ojo. A continuación comenzó a lamerle la oreja a su cautivo.
Sadie empezaba a encontrarse realmente mal. No podía soportarla más tiempo. Le estaba costando un esfuerzo sobrehumano contenerse. Rod cada vez estaba más nervioso y comenzaba a hiperventilar, hecho que se le complicaba al tener la boca tapada.
- Escucha, no creo que debamos ponerle nervioso. Hay que mantenerle vivo. Si le provocas un infarto no nos sirve bien.
Anna se sintió alabada por el comentario.
- Tienes razón. Estos humanos son demasiado impresionables. – dijo empujando a su presa hacia un lado del sillón.
Sadie y Rod respiraron tranquilos. Uno más sonoramente que la otra. Aún así, la situación distaba mucho de estar bajo control.
Sadie tenía los nervios descontrolados y empezaba a dudar de su capacidad para ocultarlos. Le cosquilleaban los dedos de los pies y no podía dejar de moverlos en pequeños impulsos. Anna la observaba atentamente.
Demasiado atentamente.
- Dime, ¿qué has estado haciendo estos años? – Las cosquillas subían por las piernas.
Anna sonrió maliciosamente - ¿Dices aparte de tirarme a tu novio?
Sadie se llevó las manos al estómago. Decididamente algo iba mal ahí dentro. Le rugía y se movía internamente de un modo insoportable. Tanto que apenas reaccionó al comentario impertinente.
- En realidad le hice un favor. Eras una sosa. Él me confesó que se aburría contigo en la cama. Mucho rock 'n’ roll pero poco mambo. – Su risa esta vez sonó como la de cualquier reina malvada de una película de dibujos animados.
Sadie se agarró el estómago y se dobló de dolor. Los cosquilleos le subían hasta los hombros.
- Y veo que sigues igual de inocente que antes. Y que me sigues tomando por imbécil - esta vez la sonrisa era triunfal.
Sadie cayó desplomada al suelo perdiendo el conocimiento al poco. Rod comenzó a gritar de nuevo con todas sus fuerzas.
- Cariño, no te sulfures. Deja tus gritos para cuando estés conmigo. Además, los vecinos tampoco están. Me ocupé también de ellos por si hacíamos ruido. Lo que no sabía era que iba a tener esta visita sorpresa. Archie estará encantado. Viene para aquí. Creo que ya le conoces. - Anna cogió a Rod por las axilas y le arrastró hasta el jardín trasero. Sacó unas llaves y abrió el candado del pequeño cobertizo de las herramientas empujándole a su interior.
Unos minutos después trajo a Sadie, que seguía inconsciente. Le había atado las extremidades igual que a él aunque le había dejado la boca descubierta. Arrojó su cuerpo sobre el suyo y se explicó.
- Le dejo los dientes operativos por si tiene hambre. A ver si es capaz de resistir la tentación. Salgo a por instrumental. Ya que tenemos a la experta, sería una pena no montar el laboratorio aquí, pero no sufras cariño, que vuelvo pronto. Reza lo que sepas para que sea yo la que aparezca antes que Archie.

Y de un portazo cerró la puerta, ajustó el candado y el sonido de sus pasos se alejó.


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